No se le ocurre a nadie meterse a trabajar en el campo en esta situación y menos en un sector tan desconocido para el grueso de la población como es la agricultura ecológica. Bueno, a nosotros sí se nos ocurrió. Creamos La Tatarabuela Ana a primeros de año y os queremos contar nuestra experiencia.
Las espectaculares imágenes de miles de camiones bloqueados en el aeropuerto de Manston ante la imposibilidad de salir de Reino Unido nos deberían hacer replantearnos el modelo de comercio globalizado que nos han impuesto.
Mientras sigue desapareciendo el tejido productivo en nuestro país, y el que queda continúa concentrándose en las grandes ciudades desmantelando el medio rural, ocurre que la balanza va inclinándose año tras año hacia el sector turístico. Un sector altamente volátil ante situaciones como la pandemia actual —y las que vendrán— o amenazas terroristas o condiciones climáticas inhóspitas debidas al cambio climático etc. que dejan a miles de personas, pueblos y ciudades enteras sin trabajo ni ingresos.
Con el panorama actual de restricciones de movilidad, cierre de comunidades autónomas, ERTEs, despidos, cierres de empresas y pequeños negocios es una locura iniciar un proyecto, y más si hablamos del campo. No se nos pueden olvidar las numerosas movilizaciones agrarias con las que iniciamos este 2020, con cortes de carreteras, marchas y manifestaciones por todo el país debidas a las condiciones abusivas y usureras que el mercado internacional impone a las personas que producen alimentos.
No se le ocurre a nadie meterse a trabajar en el campo en esta situación, y menos en un sector tan desconocido para el grueso de la población como es la agricultura ecológica. Bueno, a nosotros sí se nos ocurrió. Creamos La Tatarabuela Ana a primeros de año y os queremos contar nuestra experiencia.
Contextualizamos. En Guareña, en medio de las Vegas del Guadiana, una zona a priori hostil por el abuso de pesticidas y fertilizantes químicos empezamos a preparar la tierra de dos pequeñas parcelas que apenas suman una hectárea. El 11 de marzo la Organización Mundial de la Salud declara pandemia internacional por Covid-19 y tres días después se inicia el estado de alarma en España. Se paraliza todo, pero podemos continuar trabajando en el campo al considerarse servicios esenciales. Con el certificado de Actyva, la cooperativa a la que pertenecemos, vamos y venimos todos los días a trabajar. La Guardia Civil sólo nos paró una vez y sin problemas.
Era tiempo de aplausos en los balcones, retos online para pasar el día y una vida entera reducida a cuatro paredes. En medio de este estado de shock e incertidumbre continuamos abonando, sembrando, plantando, preparando la instalación de riego, etc. A finales de mayo comenzamos con la venta directa de nuestros productos siendo unos absolutos desconocidos. Nuestro núcleo de amistades y familia más el apoyo de las redes sociales nos ayudaron a iniciar el camino. Debido al confinamiento y para evitar desplazamientos de las familias y reducir contagios comenzamos los repartos a domicilio. Miles de negocios se tuvieron que adaptar a este modelo de ventas para poder mantenerse a flote y asegurar la distribución de alimentos y otros productos de primera necesidad. Pepi fue nuestra primera clienta en Guareña y Ángela en Mérida.
En momentos difíciles como estos y más al inicio de un proyecto las redes de contactos y el boca a boca son fundamentales. De esta forma nos comenzaron a llegar pedidos del personal sanitario (parte fundamental en esta pandemia) del Hospital de Mérida, el restaurante A de Arco o La Frutería del Barrio en Montijo. Nos parecía increíble porque éramos novatos, pero la gente confiaba en nuestros productos y nos mostraban su satisfacción al probarlos. Eran continuas las referencias a sus antepasados, al sabor casi olvidado de melones o tomates del huerto de sus padres, sus tíos o sus abuelos.
Allá por el mes de agosto compaginamos la huerta con la recogida de higo seco que entregamos en Cristina (Badajoz) y en septiembre llegó el turno de la aceituna de verdeo encadenando octubre y noviembre con la aceituna negra que entregamos en a Hilario en Guareña (Badajoz). Mientras todo esto ocurría pasó el verano y fuimos preparando el terreno para poner las plantas de invierno previo abonado con compost orgánico de Complus Regeneración Ambiental S.L. (Valdetorres, Badajoz). Hace un mes que empezamos a coger las primeras acelgas, espinacas y kales, una col rizada con multitud de propiedades y posibilidades culinarias. En el momento actual, rozando el 2021, tenemos casi a punto los brócolis, romanesco, coliflor y otras especies de la familia de la col.
Como resumen del año, aunque todavía queda la temporada de invierno para que acabe el año agrícola, concluyo diciendo que no ha sido fácil. Muchas horas buscando información, semillas, plantas, abono, llamadas de teléfono, consultas etc. Ha sido mucha la incertidumbre ante la aparición de las primeras plagas: pulgón en calabacines y melones, tuta en los tomates o cochinilla en los higos. Finalmente tienes que asumir la pérdida de una parte de la producción que hay que minimizar y aprender a convivir con algo de plaga que siempre va a haber.
Aún nos queda mucho margen de mejora. Hemos notado las limitaciones de un suelo relativamente pobre a consecuencia de años de fertilización química. A toro pasado comprobamos, tanto en las plantas de verano como ahora en las de invierno, que deberíamos haber aumentado la dosis de abono para haber tenido plantas más fuertes y productivas. Por otro lado, hemos tenido suerte porque las condiciones climáticas nos han respetado. La primavera, cuando aún no tenemos agua de riego, fue lluviosa y hemos esquivado las tormentas de granizo que han caído por otros pueblos de la comarca.
ero, sin duda, el principal reto al que nos enfrentamos es al de consumo-distribución en una región tan extensa y despoblada como la nuestra. El amigo Guillem Caballero lo analiza muy bien en el artículo El reto de los canales cortos de comercialización agroalimentaria en Extremadura. Lo ideal para nuestro proyecto sería venderlo todo en cercanía, entre Mérida y Guareña o en un radio de unos 20 kilómetros y ahí es fundamental el apoyo de las instituciones públicas autonómicas y municipales en el fomento del consumo de alimentos saludables de cercanía y en la facilitación de ferias, ecomercados locales y puntos de venta de este tipo de alimentos que cuidan nuestra salud al mismo tiempo que generan empleo, fijan población rural y favorecen el relevo generacional y el empleo femenino porque la agricultura ecológica está atrayendo a mujeres y jóvenes en mayor medida que la agricultura convencional.
Esta pandemia nos ha enseñado la fragilidad del comercio internacional y la importancia de apostar por la producción local de alimentos saludables. Nos ha mostrado la importancia de las personas que nos dedicamos a la agricultura y la ganadería. Estamos muy felices. No hay cosa que nos haga sentir más orgullo que poder alimentar a las familias de nuestros pueblos y ciudades.
Nos hemos caído y nos hemos levantado. Y nos volverá a pasar. Caeremos muchas veces y muchas más nos levantaremos porque el 2020 nos ha hecho más fuertes y sólo con el apoyo de nuestros tataranietos y tataranietas (como llamamos a nuestra clientela) podremos seguir adelante suministrando salud a través de la alimentación. No podíamos haber tomado una mejor decisión.
Iniciar un proyecto agroecológico en plena pandemia es una locura. Bendita locura.