“La transformación que ha sufrido la Tierra desde mediados del siglo XX está siendo brutal”

Fuente: CTXT

ENTREVISTA A ALEJANDRO CEARRETA, MIEMBRO DEL GRUPO INTERNACIONAL DEL ANTROPOCENO

La playa de Tunelboca, una cala casi inaccesible para el ‘homo turisticus’ situada en la localidad vizcaína de Getxo, es uno de esos enigmas naturales que necesitan ser palpados para cerciorarse de que no se trata de un decorado de ciencia ficción. Del subsuelo afloran extrañas formaciones rocosas superpuestas unas sobre otras, como láminas de hojaldre recién horneado, oscuras y heterogéneas, en contraste con los sedimentos verticales del viejo acantilado. Son escorias de hierro, parva, ladrillos pulidos, plásticos y diferentes souvenirs de la era industrial bilbaína fusionados en tal magnitud que los geólogos lo veneran como un extraordinario fósil del Antropoceno a cielo abierto. Hace sol esta mañana de enero y el profesor de paleontología de la Universidad del País Vasco (EHU-UPV), Alejandro Cearreta (Bilbao, 1960), escudriña las curiosas formaciones con un pequeño martillo y un cincel. “Las rocas hablan, claro que hablan. Y nos dicen que la acción humana de estos últimos 80 años tiene similitudes con los efectos del meteorito que acabó con los dinosaurios”, asegura. Cearreta es el único científico español que forma parte del Grupo de Trabajo del Antropoceno, 34 expertos que buscan evidencias de que la Tierra ha entrado en un tiempo geológico nuevo. Una propuesta revolucionaria que no está exenta de críticas. “También la evolución biológica propuesta por Darwin fue denostada al principio. El Antropoceno permite ampliar la mirada no solo del pasado, sino del presente y también de nuestro futuro como especie”, sentencia

¿Qué es el Antropoceno?

Es una propuesta sobre un tiempo geológico nuevo en el que los humanos somos uno de los principales agentes transformadores de la superficie terrestre. Como planteamiento científico fundamentado tiene detrás toda una narrativa geológica basada en evidencias que demuestran su verosimilitud. Hay lugares que albergan huellas sedimentarias excelentes para su investigación. Por ejemplo, en zonas costeras como la bahía de San Francisco, en algunos corales del Caribe y Australia, en cuevas de Italia, en lagos de Canadá y China, y en los hielos de la Antártida y Groenlandia. Es en estos lugares donde hemos centrado nuestro trabajo de búsqueda del estratotipo.

¿Cuándo establecen su comienzo?

El debate aún está abierto. Para algunos, se inicia hace más de un millón de años con las primeras huellas humanas. Para otros, con la domesticación de animales y la aparición de la agricultura en el Neolítico. Hay propuestas que lo establecen en la Revolución Industrial. Sin embargo, hemos decidido rechazar estas hipótesis y fijar su inicio con el comienzo de la gran aceleración, es decir, después de la II Guerra Mundial que es cuando las señales humanas en los sedimentos comienzan a ser sincrónicas y globales. Hasta ese momento no lo eran porque no todo el planeta se encontraba en la misma fase de evolución cultural y tecnológica. Por ejemplo, antes de mediados del siglo XX había sociedades que ya habían vivido la revolución industrial, pero otras no la conocían o se encontraban en su inicio, como China e India.

Si buscan la huella del hombre actual en los sedimentos, ¿qué evidencias encuentran en lugares deshabitados como la Antártida?

Tendemos a pensar que cuanto más habitado se encuentre un lugar más huellas humanas albergará, pero no siempre es así. Por ejemplo, un vertedero podría ser el paradigma de nuestra intromisión en la superficie terrestre. Sin embargo, no es el adecuado para definir el Antropoceno porque la intervención artificial del ser humano, con maquinaria pesada, etc., altera el orden de los depósitos de sedimentos y de las señales estratigráficas. Eso no ocurre en el hielo antártico gracias a que su aislamiento permite asentar evidencias extraordinariamente bien conservadas y ordenadas. Hay que tener en cuenta que uno de los principales marcadores de referencia de la geología antropocena son los isótopos radioactivos artificiales generados por las detonaciones atómicas realizadas por el hombre en la atmósfera y que en el hielo se preservan muy bien.

¿Perciben el deterioro del planeta?

A los geólogos no nos corresponde realizar valoraciones morales sobre el impacto humano. Hay otras disciplinas más capacitadas para hacerlo. Los biólogos y paleontólogos, por ejemplo, pueden explicar la extinción de especies y la aparición en los sedimentos recientes de neobiota, es decir, de organismos transportados artificialmente de un lugar a otro del planeta y que son el origen de graves alteraciones en los ecosistemas e incluso de organismos modificados genéticamente. Nosotros nos centramos en encontrar evidencias, estudiar los tecnofósiles y las rocas, y en desarrollar la idea de que hemos entrado en un tiempo geológico inédito, completamente influenciado por la acción de una especie como la nuestra que se cuestiona constantemente de dónde viene y hacia dónde va. Los juicios morales pertenecen al ámbito de estudio de otros campos más capacitados.

Pero las rocas hablan.

Claro que hablan. Y mucho. Las rocas nos aportan información imprescindible para construir la historia de nuestro planeta a lo largo de miles de millones de años. Pero la excepcionalidad del Antropoceno respecto a otros tiempos geológicos anteriores es que contamos con herramientas extraordinarias para su estudio. Por ejemplo, podemos recurrir a registros instrumentales, escritos y orales, que permiten afinar el registro geológico. Y esto es fantástico. Algunos autores han llegado a definir el Antropoceno como el momento en el que el tiempo humano y el geológico se unifican. Creo que es una bonita metáfora para explicar esta idea.

Pero no todos los científicos admiten la existencia del Antropoceno. Los críticos aseguran que es imposible estudiar un tiempo geológico cuando todavía se está viviendo en él. ¿Cuál es su respuesta?

Es una contradicción porque siempre estamos en un tiempo geológico. Oficialmente, ahora estamos en el Holoceno, cuyo inicio está fijado en un estratotipo de hielo de Groenlandia fechado hace 11.700 años y que, según los detractores de nuestra propuesta, forma parte de una época que aún no ha acabado. Lo que decimos nosotros es que el final del Holoceno y el comienzo del Antropoceno se produjo a mediados del siglo XX. Tenga en cuenta que todo evoluciona conceptualmente. También la ciencia. La escala de los tiempos geológicos, que es la columna vertebral de esta ciencia, se construyó sobre la herencia que dejaron quienes hicieron geología en el pasado. Incluso la propia nomenclatura que emplearon ha cambiado. Por eso es importante destacar que no nos encontramos ante un debate religioso sobre creencias sino ante una discusión científica. Y la aceptación del término solo puede ser dirimida bajo esos parámetros. Así ocurrió, por ejemplo, con la evolución biológica propuesta por Darwin que fue tan denostada al principio. Nuestro trabajo consiste en aportar pruebas y evidencias que enriquezcan este debate.

¿Qué rastro quedará de nuestra civilización dentro de miles de años cuando los fósiles de este tiempo son los plásticos, muchos de los cuáles se habrán degradado o desintegrado para entonces?

Excluir, como piden los críticos, los sedimentos actuales porque contienen plásticos e isótopos radioactivos que “solo” van a durar 100.000 años, un tiempo exiguo en la escala del tiempo geológico, nos parece incoherente porque ni siquiera sabemos si existiremos dentro de miles de años. Si eso es así, todas nuestras construcciones científicas o artísticas carecerán de valor para el resto de las especies. Sin embargo, esos materiales son muy útiles para construir mejor la historia reciente de nuestro planeta, para precisarla con mayor exactitud y para diferenciar los sedimentos holocenos de los antropocenos, incluida la tecnosfera, facilitando así la comunicación científica. Eso es muy importante. Las evidencias con las que trabajamos nos están permitiendo observar los cambios que se han producido en la superficie del planeta y comunicarlo de un modo práctico y efectivo. La divulgación es algo que toda construcción científica, desde la física a la biología, utiliza para ordenar su conocimiento.

La evolución de la Tierra ha sufrido una aceleración inaudita en las últimas décadas. ¿Cómo explica un fenómeno así?

Precisamente, una de las modificaciones que introduce o perfila el concepto de Antropoceno es que la unidad de tiempo geológico ya no puede seguir siendo el millón de años como hasta ahora. El motivo principal es que el proceso de transformación que ha sufrido la Tierra desde mediados del siglo XX está siendo brutal. Por eso decimos que la medida temporal debe ser la de los humanos. Y podemos demostrarlo a través de sus capas geológicas, secuenciadas año a año, algo inaudito en comparación con tiempos geológicos anteriores.

Por lo tanto, la idea del Antropoceno engloba cualquier huella humana actual. Desde el cambio climático que se está produciendo hasta la extinción de especies o la contaminación. Es un marco conceptual holístico.

Exacto. El Antropoceno tiene capacidad para derivarse en muchas facetas, algo de lo que carecen otros tiempos geológicos. Y eso le convierte en una idea interesante para otros campos del conocimiento. También para al arte. Hay muchas manifestaciones artísticas ligadas al Antropoceno. Ese marco conceptual tan amplio es una de las claves del éxito de este concepto tanto entre las ciencias como en las humanidades.

Observando la evolución del planeta en los últimos 80 años, un tiempo insignificante para la historia de la Tierra, ¿qué futuro le aguarda al ser humano?

Aunque soy positivo por naturaleza, nuestro comportamiento con el entorno me está haciendo perder la esperanza. Sobre todo porque la mayor parte de nuestros actos no proceden de la ignorancia. Vivimos en una sociedad individualista y actuamos solo en función de los intereses económicos. Funcionando así resulta muy difícil concienciar a nivel global de que los cambios climáticos que se están produciendo no son naturales y nos llevan al colapso. Sabemos desde el siglo XIX que el aumento de la concentración de CO2 en la atmósfera causa el efecto invernadero y, sin embargo, seguimos introduciendo CO2 en la atmósfera y, además, lo hacemos con más intensidad. Eso demuestra la estrecha dimensión temporal que tenemos sobre el resto de la naturaleza y nuestra incapacidad para resolver la contradicción dialéctica entre lo que consideramos que es bueno para la especie y lo que es bueno para los intereses económicos individuales. No veo una solución razonable, razonada y racional a nuestra crisis existencial.

En cierto modo, somos el gran meteorito que acabó con los dinosaurios.

Eso es. Hay muchas similitudes. Los efectos provocados por la actividad humana sobre la superficie terrestre también están siendo instantáneos como ocurrió con la caída del meteorito. Aquello terminó extinguiendo a los dinosaurios pero también a otros muchos organismos. La diferencia con el tiempo actual es que ahora todo está provocado por nuestra especie y, además, nos afecta directamente. Esta comparación nos ha traído muchas críticas al considerarnos excesivamente antropocéntricos. Lo único que decimos es que el gran responsable de lo que está ocurriendo en el planeta somos nosotros, los humanos. No podemos eximirnos de que estamos eliminando otras especies y de que estamos transformando la geología de la Tierra a una velocidad desconocida con anterioridad. Esas son algunas de las evidencias científicas de las que hablaba antes. El Antropoceno perfecciona la escala de los tiempos geológicos y permite ampliar la mirada no solo del pasado, sino del presente y también del futuro.

Resulta chocante que pese al nivel de conocimiento adquirido, el deterioro ambiental sigue aumentando.

Es que analizamos el mundo con un sesgo ideológico. Mire, los romanos también contaminaban el medio ambiente con su minería y sus fundiciones de metales pero pensaban que todo acababa diluido en la gran superficie de la Tierra. No eran conscientes de los efectos nocivos del zinc o el plomo que utilizaban y vertían. Pero es que nosotros sabemos todo eso desde hace décadas y aún así hemos incrementado la intensidad de una contaminación que ha empezado a generar respuestas devastadoras. Ahí está el calentamiento global, el ascenso del nivel del mar, el aumento de sustancias plásticas, de los isótopos radioactivos y de metales pesados en los sedimentos. Sabemos que las condiciones de la vida van a empeorar en los próximos años pero no reaccionamos. Al contrario, buscamos una justificación para seguir haciéndolo.

Quizá el ser humano confía ciegamente en que la técnica terminará salvándole del colapso climático.

Sí, esa es la paradoja. Es una fórmula que, a veces, se utiliza de una forma legítima y honesta porque somos animales tecnológicos, pero en muchas ocasiones nos sirve de excusa para enmascarar una realidad básica como es la de prolongar el actual sistema productivo y mantener el crecimiento hasta el infinito en un planeta que tiene límites. Hay que decrecer. En mi opinión, quien tendría que asumir esa responsabilidad, no la está sabiendo ejercer convenientemente. De hecho, estamos en una situación peor que hace 50 años, cuando comenzó a darse la voz de alarma y empezaron a conocerse los informes del Club de Roma. Casi todos los acuerdos internacionales que se han firmado en este tiempo han acabado en papel mojado y las medidas que se han tomado no son suficientes. Estamos obligados a actuar de manera más drástica.