Un problema esencial de la energía nuclear, el de los residuos, implica la gestión de cientos de miles de toneladas producidas anualmente y que seguirán siendo radioactivas durante cientos de miles de años. Esta realidad nos obliga a considerar las dificultades insalvables de librarnos de esta imposición a las generaciones futuras, algo escondido por los principales medios de comunicación y portavoces de la industria nuclear.
Continúan apareciendo con cierta periodicidad artículos en prensa con el único fin de justificar lo injustificable: la existencia y mantenimiento de las centrales nucleares (CN).
De todos es sabido que el principal problema de esa forma tan complicada de hervir agua para producir electricidad (famosa frase de Einstein) son los residuos de alta actividad. Es decir, el combustible gastado de las CN, principalmente. Se trata de núcleos radiactivos que desaparecieron de la Tierra antes de que apareciese la vida y que nunca debieron volver a existir en las enormes cantidades que existen, por culpa de los reactores nucleares. Lo que intentan los artículos mencionados no es más que una nueva suerte de negacionismo, enfocado al mantenimiento de la industria nuclear.
No es casual que esa industria deje un legado mortal para la eternidad, ya que nació con el objetivo de abaratar el coste de fabricación de la bomba atómica. Para fabricar armamento nuclear en grandes cantidades es necesario todo un proceso industrial, desde la minería hasta el enriquecimiento, que hubiera sido absolutamente inviable desde el punto de vista económico por sí solo. Para eso se concibieron las CN, para utilizar el producto final del proceso en la producción de electricidad y, con los beneficios de esta, financiar los gastos. Era la forma de hacer rentable la fabricación a escala de bombas de uranio-235, como la de Hiroshima. Además se obtenía un beneficio añadido: la obtención de plutonio-239 suficiente para la fabricación de bombas de Pu-239, como la de Nagasaki. Este es precisamente el residuo que se extrae del reactor cuando el combustible se ha gastado.
El problema añadido, como si la propia existencia de esas armas no fuera suficiente, es que en el interior de los reactores en funcionamiento se produce muchísimo más plutonio del “necesario”. Estamos hablando de cientos de miles de toneladas repartidas por todo el mundo y almacenadas, principalmente, en las piscinas de combustible gastado anexas a cada una de las más de cuatrocientas CN existentes. El plutonio-239 es un isótopo cuyo núcleo tiene un periodo de semidesintegración de 24.100 años. Es decir, después de 24.100 años se ha desintegrado la mitad. Pero es que la mitad sigue siendo demasiado. Tras otros 24.100 años se reduce otra vez a la mitad, es decir quedaría “solo” la cuarta parte, y así sucesivamente. Después de unos cien mil años se habrá reducido a la dieciseisava parte. Haciendo números, como después del final de la vida de todas las CN del mundo habrá unas 400.000 toneladas de combustible gastado, quedarán aún 25.000 toneladas dentro de 100.000 años. Y no hay solución.
No es un problema de conocimiento. Por supuesto, hace muchos años que se sabe cómo romper el núcleo de plutonio para convertirlo en otros núcleos cuya vida media sea menor, evitando así un problema “into eternity”. El problema es hacer eso con 400.000 toneladas. Para dividir núcleos de plutonio de forma controlada, que es de lo que se trata, hay que bombardearlos con neutrones. Para ello es necesario un acelerador de partículas que bombardee con protones de suficiente energía una superficie (generalmente de plomo, el blanco útil más barato) que a su vez emita los neutrones con la energía adecuada como para penetrar en el núcleo y provocar su fisión.
Se trata de un proceso llamado Espalación de Neutrones, conocido desde 1937 y utilizado en la época por Glen T. Seaborg e Irene Joliot-Curie, ambos ganadores del Nobel de Química. No es algo nuevo. Sí, es posible utilizar energías del orden de megawatios en un laboratorio para conseguir dividir algunos gramos. Incluso se utilizan pequeños reactores para conseguir mediante fisión nuclear controlada isótopos radiactivos necesarios para la medicina o la industria. Un par de estos reactores, uno en Canadá y otro en Bélgica, cien veces menos potentes que cualquiera de los utilizados para producir electricidad, son los que producen prácticamente todos los radioisótopos que se utilizan en el mundo.
Pero es imposible manejar la energía necesaria para dividir 400.000 toneladas. Por eso la única solución viable que se plantean los gobiernos que han permitido la existencia de reactores nucleares en su territorio es enterrar los residuos de alta actividad.
Barrer bajo la alfombra sigue siendo la única solución realista.