Estos días se celebra en Madrid la Cop25. El sistema intenta aprovechar el tirón del movimiento por el clima para presentar sus medidas capitalistas como soluciones a la crisis climática. A nosotros siempre nos ha dado por desconfiar de todo lo que promociona Coca-Cola.
Hay que ver lo rápido que pasa el tiempo. Parece que fue ayer cuando, al calor de la propaganda que los medios de comunicación le dieron a la anterior huelga por el clima, el pasado 27 de septiembre, publicábamos estas líneas en las que reflexionábamos sobre diferentes aspectos de esta convocatoria y el movimiento que la organizaba. Movimiento que, a pesar de desarrollar un par de acciones después de esta huelga (cortar alguna carretera, acampada, etc.), acabó perdiéndose entre el exceso de “información” con el que nos bombardean diariamente. A la espera de que al sistema le volviera a ser útil para sacarlo a la palestra. Algo que parece ocurre de nuevo estos días, para dotar de cierto maquillaje popular a la cumbre por el clima que se celebra en Madrid, la COP25 («Tiempo para la acción» como decidieron subtitularla).
Las noticias sobre la cumbre se intercalan con las acciones desarrolladas por este movimiento que, a falta de sorpresas, repite las mismas dinámicas (manifestación “histórica”, algún corte de carretera, contra-cumbre pacífica, aglomeración de actos y debates acerca de la cuestión climática). Por todo esto, hoy volvemos a sacarle punta a la “crisis climática” con la intención de profundizar un poco el debate y afilar nuestro sentido crítico. Esta crisis nos afecta de lleno a los estudiantes de hoy y a los de mañana.
Lo que parece obvio es que toda la atención que despierta este tema es un síntoma que indica que las sociedades opulentas —del norte, en las que nos tocó vivir- empiezan a verle las orejas al, cada vez más cercano, colapso. Como lo es que, con el paso del tiempo, las noticias relacionadas con sucesos ambientales adquieren más relevancia y ocupan más espacio en los canales de comunicación oficial. Si bien es cierto que el aumento de la intensidad y frecuencia de los sucesos que propician el cambio climático está directamente relacionado con nuestra forma de vida, que causa la aceleración y perturbación de las dinámicas climáticas naturales (el cambio es una constante en los ecosistemas naturales y que como seres vivos deberíamos estar preparados para adaptarnos a dichos cambios). La aceleración de los ciclos descansa sobre esa idea antropocentrista que nos hace ver la naturaleza como un producto más, que podemos manejar y dominar a nuestro antojo.
Las élites que basan sus privilegios y su nivel de vida en la explotación de la Tierra (y de los seres vivos que la habitamos), son las que estos días se dan cita en Madrid para echarle la culpa al obrero que lleva con el mismo coche 20 años, o a los pedos de las vacas…
Este escenario pre-colapso le recuerda a nuestra sociedad que somos mortales, lo que genera una preocupación social cada vez mayor sobre temas relacionados con la ecología, con el modelo de vida que se nos impone y con su incidencia sobre la salud planetaria. Lo que desemboca, actualmente (aunque los movimientos ecologistas tienen larga tradición), en este «movimiento global por el clima» en el que confluyen una multitud de proyectos, luchas y reivindicaciones realizados a escala local a lo largo y ancho del planeta.
El movimiento por el clima ha aumentado en poco tiempo su caudal, amenazando con desbordar los cauces preestablecidos para las conocidas como “disidencias controladas”. En principio, los Estados se sienten cómodos con estas “amenazas”, que sirven como válvula de escape para aliviar el descontento popular y, de paso, adaptar el paso de los carruajes de las élites a las inquietudes del pueblo. Son estas élites, que basan sus privilegios y su nivel de vida en la explotación de la Tierra (y de los seres vivos que la habitamos), las que estos días se dan cita en Madrid para echarle la culpa al obrero que lleva con el mismo coche 20 años, o a los pedos de las vacas… mientras, se esconden detrás de los Estados que ocultan, tras el discurso de la «utilidad general», su verdadero fin: Mantener las relaciones de dominación existentes que unos pocos ejercen sobre la mayoría y sobre la naturaleza.
La tutela de los medios e instituciones sobre el movimiento contra el cambio climático, aunque sea un inconveniente, nos indica la fortaleza, intensidad y proyección de dicho movimiento, que cala hondo en la juventud
Es cierto que este rápido crecimiento se basa en la publicidad que los medios de (des)información le dan al movimiento, en un intento de instrumentalizarlo y tutelarlo para que no salga de los cauces permitidos y funcione en provecho del status quo. Este crecimiento repentino ya debería hacernos andar con la mosca detrás de la oreja ya que, casualmente, tiene más repercusión en las grandes ciudades, y a veces sirve para atacar a las formas de vida local o rural que, justamente, más y mejor adaptadas están para sobrellevar el previsible colapso.
El intento de tutelar por parte de los medios e instituciones, aunque sea un inconveniente, nos indica la fortaleza, intensidad y proyección de dicho movimiento, que cala hondo en la juventud (por tanto tiene perspectiva de futuro) y que pronto se encontrará, al poco que evolucione y madure, con que las causas de la situación ecológica actual enraízan en las bases del mismo sistema capitalista que hoy se quiere disfrazar de verde.
Repasemos lo que nos ha llevado hasta aquí: una producción infinita de objetos a menudo innecesarios que va en contra de la lógica y dinámicas de un planeta finito, una dependencia energética de materias primas no renovables, una economía enganchada al petróleo y un consumismo centrado en productos fabricados a miles de kilómetros, que busca dar salida a esa producción excesiva… Todo esto, a costa de la rapiña de materias primas y recursos en los países más empobrecidos, generalmente del Sur, a quienes se les ha vendido la idea de que este crecimiento ilimitado acabaría trayéndoles un nivel de vida similar al de las sociedades opulentas del norte.
La revuelta que el pueblo de Chile ha estado protagonizando más de dos meses hizo que unos cuantos eurodiputados decidieran traer la COP25 a Madrid, por no arriesgarse a recibir el calor y cariño que sus políticas despiertan en el otro lado del planeta
El intento cada vez mayor de instrumentalizar el movimiento contra el cambio climático se aprecia en la cuota de pantalla que reciben los actos o manifestaciones. Mientras vemos como estos mismos medios en el mejor de los casos ocultan ( y en el peor criminalizan) las diferentes luchas sociales y sindicales que no pueden controlar o aquellas que atacan directamente a las bases del sistema. Como, por ejemplo, la revuelta que el pueblo de Chile ha estado protagonizando más de dos meses y que hizo que unos cuantos eurodiputados decidieran traer la COP25 a Madrid, por no arriesgarse a recibir el calor y cariño que sus políticas despiertan en el otro lado del planeta.
Esto se palpa en el buen rollo que instituciones, medios y demás representantes del sistema capitalista mantienen con la “activista por el clima” Greta Thunberg. De la cual sabemos casi hasta lo que come y sobre la que cada vez hay más evidencias de que está siendo financiada, o por lo menos utilizada (no buscamos aquí criticarla a ella si no el personaje y el papel que desempeña). Mientras nos pasan desapercibidos los abundantes asesinatos de defensores ambientales (solo en América más de 150), los miles de proyectos y luchas que a nivel local se desarrollan por todo el mundo en busca de alternativas al modelo de vida actual o los miles de niños y niñas que pasan hambre o sufren escasez de agua viéndose forzados a emigrar por causas climáticas (estos si tienen una infancia dura). Los grandes magnates y representantes del capital hacen cola para fotografiarse y reunirse con Greta; desde Obama (expresidente de uno de los países más contamines y asesino del mundo) a Christine Lagarde (actual directora del FMI, institución causante de mandar a la ruina a infinidad de países).
La “transición ecológica” no es más que un nombre bonito para un giro hacia un capitalismo verde, sin poner en cuestión ninguno de los fundamentos de la organización actual de la sociedad (recuerda mucho a la transición borbónica que dio origen al régimen del 78)
No, esta cumbre no significa nada. Está organizada por los mismos causantes de la situación actual y usada para maquillar el sistema y aparentar cierta preocupación por el planeta. Porque después del bombo que se le da a los acuerdos, éstos nunca se cumplen; o sirven para seguir externalizando a los países del sur los efectos causados por la forma de vida de los países “desarrollados”, que cuentan solo con el 20% de la población y sin embargo son los principales culpables de la situación ecológica. Como ejemplo, la mismísima organización de la COP25 ya reconoce que hasta ahora no se hizo nada de lo acordado en las anteriores cumbres. Como colmo su lema: “Es tiempo para la acción”. ¡Ni que la emergencia climática hubiera surgido por generación espontánea de hace un par de meses…!
Este comportamiento busca guiar las reivindicaciones del movimiento en pro de una “transición ecológica” que, al igual que al famoso “desarrollo sostenible” de moda hace unos años (desarrollo capitalista y sostenibilidad son ideas incompatibles), no es más que un nombre bonito para un giro hacia un capitalismo verde, sin poner en cuestión ninguno de los fundamentos de la organización actual de la sociedad (recuerda mucho a la transición borbónica que dio origen al régimen del 78). Recurriendo al mantra de “socializar pérdidas y privatizar beneficios” y dejando que el peso y la culpa de los problemas actuales recaiga sobre los ciudadanos.
Quedan así, a cargo de un “individualismo a ultranza” (del que ya nos habló Emma Goldman) las posibles soluciones y el pago del desfase producido por un modelo empresarial (empresas de aviación, extractivismo, multinacionales, bancos, ganadería y agricultura intensiva, etc.) que no solo se va de rositas si no que reciben el beneficio de las “políticas verdes”, para disfrazarse de eco-friendly.
Debemos anteponer la idea de que es necesario tirar del freno de emergencia y repensarlo todo; partiendo de la premisa de que hay que dejar atrás este sistema capitalista basado en un desarrollo continuo y antinatural
Ante esta huida hacia delante, donde los más perjudicados –como ya está ocurriendo- serán los más desfavorecidos (tanto aquí como en el Sur), debemos anteponer la idea de que hay que tirar del freno de emergencia y repensarlo todo; partiendo de la premisa de que es necesario dejar atrás este sistema capitalista basado en un desarrollo continuo y antinatural. Y metiéndonos en la cabeza la idea de que un simple cambio de consumo para poco servirá; que es necesario tener como horizonte la idea del Decrecimiento, para lo que será necesario mirar hacia atrás. Porque es en la forma de vida de nuestras abuelas donde tenemos los mejores ejemplos de una vida sostenible y en consonancia con el medio natural (soberanía alimentaria, relaciones sociales basadas en la autogestión y el apoyo mutuo, reutilización, consumir solo lo necesario y productos de cercanía, realizar una vida que se desenvuelva en un radio pequeño, etc).
Este camino no será fácil. La situación a la que nos toca hacer frente es compleja. A las consecuencias del cambio climático debemos sumar el agotamiento de las materias primas, sobre todo de la energía –mucho de los combustibles gracias a los que todo se mueve ya sobrepasaron sus picos-. Estos dos factores pueden ver multiplicados sus efectos gracias a otros elementos, como son: la pérdida de biodiversidad, la problemática demográfica, un aumento imparable de las diferencias sociales, el hambre y de la escasez de agua dulce, etc. Además de desconocer lo que pasará cuando ciertos contaminantes atmosféricos alcancen concentraciones críticas, que pueden dar lugar a reacciones en cadena. Para afrontar este horizonte será necesario sumar a las redes de iniciativas locales una lucha global fuerte y reclamar a los que nos trajeron hasta aquí, una subsanación del daño generado. Así como nacionalizar las empresas para poner al servicio de todos los recursos necesarios para la vida.
De ahí el intento de aglutinar a los jóvenes alrededor de un movimiento a menudo descafeinado y desprovisto de cualquier conciencia de clase, que solo aspire a reivindicar que los problemas sean resueltos por los gobiernos o a pedir más legislación
Ante todo esto, tendrán reservado un papel relevante tanto las mujeres como las generaciones más jóvenes. Los jóvenes son los que sufrirán el grueso de las consecuencias de esta crisis ecológica y los que, además, carecerán de los conocimientos (ancestrales) para hacerle frente, ya que la educación actual está cada vez más volcada con las nuevas tecnologías, desechando estos conocimientos populares recogidos a lo largo de la evolución humana. De ahí el intento de aglutinarlos alrededor de un movimiento a menudo descafeinado y desprovisto de cualquier conciencia de clase, que solo aspire a reivindicar que los problemas sean resueltos por los gobiernos o a pedir más legislación, como si esta fuese elaborada en favor de las clases más pobres, creyendo que es posible obtener derechos sin luchar y que bastará con salir a la calle a llorarle al Estado para que éste acceda a las peticiones.
Y por otro lado, las mujeres. Como indica en su libro Colapso, Carlos Taibo: “Entre las víctimas principales de esa violencia cabe suponer que se encontrarán entonces, como ahora, las mujeres en un marco de fortalecimiento de las reglas de la sociedad patriarcal y también de creciente estratificación y jerarquización”. Además, es sobre ellas que, debido a las divisiones sociales, recae el peso del cuidados de las familias y el grueso de las decisiones sobre el consumo cotidiano.