Pocos niegan que la crisis climática vaya a afectar al ser humano pero ¿cómo de probable es la amenaza de nuestra supervivencia?
¿Cambio? ¿Crisis? ¿Emergencia? La ciencia nos está diciendo que estamos en una crisis climática que requiere actuar con urgencia. Sin embargo, algunas personas se resisten a aceptarlo. Me atrevo a sugerir que estas personas tienen valores conservadores, son reacios al cambio porque quieren conservar algo que consideran valioso (esta sociedad), pero considero un error que (a veces) no expliciten estos valores, lo cual enturbia el debate. Yo, personalmente, también soy conservador, quiero conservar esta canica cósmica en la que vivo más o menos como la encontré, y no quiero poner en riesgo la vida, y para ello creo que son necesarios algunos cambios sociales.
¿Cómo orientarnos en la crisis climática y ecológica? Propongo que los gobiernos, la sociedad y los individuos se guíen por la siguiente pregunta ¿lo que ocurre es seguro? Lo cual nos lleva a preguntarnos por el futuro, un territorio ignoto y lleno de incertidumbres, pero podemos comenzar a movernos por él a partir de la certeza de que ni los negacionistas ni los conservadores que consideran a Greta Thunberg una catastrofista pueden demostrar que lo que estamos haciendo es seguro.
Hablar de seguridad nos remite al concepto de riesgo. En un reciente artículo académico que ha tenido un considerable impacto titulado “Well bellow 2 ºC: Mitigation strategies for avoiding dangerous to catastrophic climate changes” los autores (Xu y Ramanathan) establecen tres categorías de riesgo: por encima de 1,5 ºC el calentamiento es peligroso, por encima de 3 ºC catastrófico y por encima de 5 ºC desconocido, más allá de catastrófico, incluyendo riesgos existenciales, es decir, el riesgo de la extinción humana.
Hablamos de las consecuencias del cambio climático, una cuestión sobre la que existen, no está de más volver a insistir en ello, numerosas incertidumbres. Las consecuencias más citadas en la literatura son el estrés térmico, con el incremento en la frecuencia y la severidad de las olas de calor, el aumento del nivel del mar y de las inundaciones en zonas costeras, y el riesgo para la seguridad alimentaria, a consecuencia de los cambios en los patrones de temperatura y precipitación, con el incremento de sequias, inundaciones y olas de calor.
Quizás menos conocidos por el gran público son los puntos de inflexión, cambios abruptos e irreversibles a corto plazo como el colapso de la capa de hielo occidental de la Antártida, el parón de la corriente profunda del Atlántico norte, la muerte de la selva tropical del Amazonas y su conversión en un sabana semi-árida, la muerte de los bosques boreales o el colapso del monzón en India y África occidental. Las consecuencias de estos cambios no serán en ningún caso buenas, pese a ser difícil predecir completamente su alcance.
Es necesario considerar también la posibilidad de adaptación de los ecosistemas a los cambios en el clima, lo cual dependerá de la magnitud y velocidad de estos. Por un conjunto de razones, entre las cuales está el propio cambio climático, nos encontramos en la sexta gran extinción en la historia del planeta, la cual está poniendo en peligro la continuidad de los servicios que los ecosistemas prestan a la humanidad. Pese a la dificultad inherente en prever la evolución futura de estos servicios de los ecosistemas, se estima que en tan sólo tres décadas la mitad de la población mundial sufrirá la merma de algunos de ellos como la polinización o la limpieza del agua.
Podemos mirar hacia otros de los eventos de extinción masiva que han tenido lugar en el planeta y ver la amenaza que se cierne sobre nosotros, como una especie más. Ante el importante declive que están sufriendo los insectos, y que se está constatando recientemente gracias a estudios de poblaciones que no sólo tienen en cuenta a los grandes animales, más fáciles de contabilizar, un naturalista afirmaba “Hemos puesto en riesgo algunos de los bloques de construcción fundamentales de la vida”. Pero, aunque mirar hacia los ejemplos del pasado puede ser aterrador, no podemos olvidar que estamos ante un evento único en la historia del planeta, que puede tener similitudes con otros, pero que no serán completas, lo que nuevamente nos obliga a hablar de incertidumbre.
A pesar de ello podemos responder a la pregunta que como ciudadanos debemos hacernos ¿lo qué ocurre es seguro? Y la respuesta es no. Podríamos hacer un símil con coger (o dárselo a nuestro hijo si ya somos un poco mayores) un revolver con un número desconocido de balas (entre una y cinco) en el tambor ¿Lo apuntaríamos a nuestra cabeza y apretaríamos el gatillo para no cambiar nuestra forma de vida y para qué la sociedad no tenga que realizar cambios? Yo personalmente no, pero quizás hay personas que estén dispuestas a ello, y su postura es tan legítima como la nuestra, aunque creo que son minoría, y lo que sí ocurre es que hay un gran porcentaje de la población que no se hace una idea cabal del problema, lo cual puede estar motivado en parte porque tenemos al mando a muchas personas reacias a los cambios sociales, y tratan de transmitir el problema de forma que no parezca ni tan urgente ni tan importante. Sin embargo, como hemos visto, sí es importante, lo que está en juego es que la sociedad asuma riesgos catastróficos, o incluso desconocidos, más allá de catastróficos, incluyendo el riesgo de la extinción humana.
Consideremos ahora, siguiendo a los mismos autores, la urgencia de la situación. Tenemos tiempo de reducir las emisiones y evitar los peores escenarios ¿verdad? Podemos lograrlo si cumplimos los acuerdos de París ¿no es cierto?
Para responder a esta pregunta necesitamos un modelo climático. El modelo nos da una estimación del incremento de temperatura medio en el planeta en función del carbono y resto de gases de efecto invernadero que estimemos vamos a emitir, al comparar esta estimación con nuestras categorías de riesgo, podemos saber si vamos bien para evitar el calentamiento peligroso, el catastrófico y el desconocido/existencial.
Aquí debemos explicar que el resultado de los modelos no es un valor único, sino una distribución de probabilidad. El resultado principal será que el tenga mayor probabilidad, para unas emisiones de una magnitud dada. Pero si el objetivo es responder a la pregunta “¿estamos seguros?” no deberíamos quedarnos con el resultado principal, sino tener la mayor certeza posible de que la probabilidad de entrar en las categorías peligrosa o catastrófica es la más baja posible. Podemos verlo con mayor claridad si nos fijamos en cuál es nuestra trayectoria actual.
La probabilidad de entrar en zona catastrófica es casi del 100%, y hay aproximadamente un 30% de probabilidad de entrar en la zona de riesgo desconocido/existencial, con la posibilidad de la extinción humana.
¿Qué habría que hacer para reducir la probabilidad de sufrir los principales riesgos a menos del 5%, teniendo en cuenta que siempre y por desgracia, vivir implica un riesgo? Los autores plantean dos posibilidades, reducir las emisiones un 75% para 2025 y cerca del 100% pocos años después, o bien dejar otros diez años de margen para comenzar a reducir las emisiones de forma drástica, teniendo en cuenta que en ese caso tendremos que capturar y secuestrar carbono de la atmósfera de forma muy significativa a partir del año 2040 (y actualmente no hay tecnologías probadas para ello).
Podemos entonces concluir que nuestra trayectoria no es segura y nos pone en riesgo, estamos ante un problema que es urgente e importante, y por lo tanto cabe hablar de crisis y pedir acción climática inmediata y contundente, como hacen colectivos como Extinction Rebellion en España y en muchos otros países. Para lograr que por fin nos pongamos en marcha habrá que decir la verdad, y amenazar con el apocalipsis todos los días a cuenta del cambio climático. Sí, ello parece muy razonable.