Antonio Campillo: «La pandemia pasará e iremos a veranear, pero el cambio climático irá a más»

Fuente: PUBLICO.ES

El filósofo y escritor Antonio Campillo reflexiona sobre la emergencia sanitaria y la climática, dos caras de un mismo fenómeno: la reacción del planeta ante el expolio ilimitado.

Atrincherados en casa, esperando volver a la normalidad sin saber cómo será la normalidad que vendrá, la pandemia sobrepasa por la potencia, amplitud y complejidad de sus consecuencias. Por eso, el filósofo, sociólogo y escritor Antonio Campillo propone domesticarla.

A su juicio, este periodo de retiro forzoso, que interrumpe ritmos que se creían imparables, debería servir para «pensar sin barandillas», sin prejuicios heredados ni clichés prefabricados, y con más empatía.

Él usa estos consejos de Hannah Arendt, una de las personalidades más influyentes del siglo pasado. La filosofía le permite construir mapas mentales para orientarse, y comparte algunas coordenadas y lecciones que «la gente no debería olvidar cuando pueda salir a la calle de nuevo».

Porque este virus debiera dejar de confinar mentes. Pegados a la ventana, como en un gran acuario urbano para los peces de ciudad, hay que ser capaces de ver más allá para reconstruir Un lugar en el mundo, el título —muy evocador en estos tiempos, cuando predomina la sensación de que no hay ningún lugar seguro— de su último libro, que ha editado Catarata.

El lugar de Campillo está entre los terrenos de cultivo de la huerta de Santomera (Murcia), enmarcado en las formas abruptas y fragmentadas de la Sierra de Orihuela. Es una de las regiones del país más afectadas por la desertificación y por fenómenos climáticos cada vez más extremos y frecuentes como la DANA, que lo desalojó de su casa el pasado octubre. Y el mundo al que aspira es «un lugar hospitalario, sin amos, sin muros y sin banderas, donde poder convivir de manera libre, pacífica, igualitaria, segura y sostenible».

Decía Arendt que «el individuo en su aislamiento nunca es libre; solo puede serlo cuando pisa y actúa sobre el suelo de la polis». Es decir, su espacio «solo surge allí donde algunos se juntan y subsiste mientras permanecen juntos».

Campillo, que vive estos días entre el temor y la amenaza que supone una pandemia y la esperanza de que haya nacido su nieto en esta situación que lo ha puesto todo patas arriba, invita a repensar en la idea de aldea global, con otros modelos de convivencia y maneras de habitar el mundo.

¿Cuál es el contexto de esta pandemia?

Es un espejo, un amplificador y un revelador de las dos grandes contracciones de la sociedad global: la globalización amurallada y los límites del crecimiento ilimitado. El crecimiento vertiginoso de la economía ha comenzado a chocar frontalmente con los límites biofísicos del planeta. Se están agotando los recursos naturales y la biodiversidad de plantas y animales. Es la sexta extinción, esta vez causada por los seres humanos.

La agroindustria, que ha reducido de manera drástica el hábitat de la vida salvaje, hace que las enfermedades víricas estén proliferando en los últimos años. En esta ocasión, salta a escala mundial y es aquí donde se enfatiza la paradoja de la globalización amurallada; esto es, no hemos creado mecanismos ni estructuras adecuadas para hacer frente a una pandemia. Cada país está actuando por su cuenta. Incluso, constatamos la incapacidad europea para articular una respuesta solidaria. La Unión Europea no puede seguir repitiendo los errores del pasado.

Nos perdemos en un absurdo laberinto identitario…

Este virus es muy democrático. No distingue fronteras, razas, edad, religión ni sexo. Eso que dijo Trump de que el coronavirus es chino o que los países del norte de Europa insistan en que es más una cuestión de España e Italia… este intento de nacionalizar el virus es ridículo.

La novedad del covid-19 es que ha forzado a los gobiernos a activar todos los mecanismos de la biopolítica que desarrollaron los Estados de bienestar desde el final de la Segunda Guerra Mundial, y hasta a crear unos nuevos no solo a escala estatal sino también global.

Es evidente que hay que reorientar la política para reforzar la sanidad pública y la producción nacional, al mismo tiempo que dotar a la Organización Mundial de la Salud de más autoridad y recursos.

¿Por qué ahora?

La primera pandemia global de la historia no ha ocurrido por azar. Nuestro sistema es una bomba de relojería. El cambio climático y las enfermedades víricas son dos síntomas que nos alertan de que la Tierra está reaccionando contra nuestras pretensiones de expoliarla y contaminarla ilimitadamente. Hemos esquilmado y degradado este hermoso planeta con una voracidad insaciable y devastadora.

Dos caras de una misma moneda.

La pandemia pasará (o será estacional), y todos nos iremos a veranear. El cambio climático no se va, sino que irá a más. Las señales de alarma serán cada vez más fuertes. Vendrán desastres naturales y sequías que nos obligarán de nuevo a pensar como especie.

De emergencia sanitaria a emergencia climática. Usted suele decir que el cambio climático es la mayor amenaza para la supervivencia de la humanidad.

El cambio climático traerá consecuencias más graves que la pandemia. Modificará la economía, provocará muchas muertes y desplazará a la población. De hecho, es ya el principal factor de migración, más que las guerras. Pero a pesar de que cada año se celebra una cumbre sobre el clima, no hay manera de que los gobiernos y las grandes compañías asuman un cambio de modelo.

¿Cree que la sociedad es consciente de lo que se avecina?

Vivimos en un estado de negacionismo. No queremos verlo. La población se desentiende pensando que ya buscarán soluciones los científicos y los gobiernos. Es la irresponsabilización del problema, porque no queremos cuestionar nuestra forma de vida.

Una forma de vida que se basa en el delirio del crecimiento ilimitado.

La oligarquía ha precarizado la vida de las personas y ha colonizado sus mentes con todo tipo de ilusiones consumistas, entretenimientos tecnológicos y consuelos identitarios. La religión del capitalismo se ha adueñado de todo el planeta y está acabando con los equilibrios más básicos de la biosfera. El poder del dinero está exterminando la vida en todas sus formas.
Hemos engendrado un sistema insostenible que se basa en el consumo de los combustibles fósiles, la depredación de los recursos naturales, la industrialización de la agricultura y la ganadería, los vertidos contaminantes, el consumo masivo, la cultura del usar y tirar…

¿Cómo se puede parar esto?

Hasta ahora las medidas han sido muy limitadas por parte de los gobiernos. Son los colectivos sociales los que apuestan por otro tipo de modelo. Es hora de escuchar lo que vienen diciendo desde hace décadas los ecologistas, las feministas, las organizaciones humanitarias sin fronteras… Hay que desterrar el crecimiento como mantra y dar un gran salto que requiere de grandes procesos de transición y adaptación de la humanidad a unas condiciones de vida más austeras.

Este modelo también ha primado la competencia por encima de la colaboración.

Se nos exige competir sin descanso para no ser barridos por el mercado. Quienes no logran ser competitivos caen en la espiral de la precariedad. Debemos desprendernos de estos mitos y cambiar nuestra escala de valores: más cooperación en lugar de la competitividad.

Esta expansión incontrolada del capitalismo neoliberal ha incrementado las desigualdades y ha precarizado las condiciones de vida de millones de personas.

La pandemia también manifiesta las desigualdades sociales. No es lo mismo pasar el confinamiento en un chalet que en una vivienda precaria, ni hacerlo con medios que sin recursos. Una situación extrema como esta precisa medidas como la renta básica universal, que es lo que yo llamo tener un lugar en el mundo, no solo físico sino también social y económico. En decir, tener condiciones de vida dignas. Puesto que vivimos en una sola sociedad global, hemos de considerar a la humanidad como un sujeto jurídico y político situado por encima de la soberanía de los Estados y la propiedad de los individuos y las empresas.

Las emergencias aceleran los procesos históricos. Decisiones que llevarían años de debate se toman en horas. ¿Estamos ante una nueva generación coronavirus?

Desde 1945 nos regíamos por un gran pacto social y ahora nos encontramos ante el mayor desafío desde la Segunda Guerra Mundial. Una generación no se define por edades, sino por experiencias compartidas. Estoy seguro de que en niños y jóvenes marcará un antes y un después. Los shocks sirven para reaccionar.

Estamos viviendo una situación insólita como es el aislamiento de más de 3.000 millones de personas en el mundo. Al estar confinados nos hemos dado cuenta de nuestra necesidad de compartir con la comunidad, algo que estaba ensombrecido por el creciente individualismo.

Una paradoja muy curiosa es que a pesar del encierro estamos más comunicados y conectados que nunca. La pandemia ha despertado la importancia de la solidaridad y la ayuda mutua. Es más, las medidas del Gobierno no hubieran sido posibles sin que la población las asumiera por el bien de la comunidad y de cuidar del otro.

Esta crisis ha revelado que preservar lo individual pasa por salvaguardar lo colectivo. Nos empuja a tomar conciencia de que vamos en el mismo barco, y por tanto establecer objetivos comunes y remar en la misma dirección.

¿Es esa la mayor enseñanza en estas semanas de encierro?

La pandemia nos obliga a cambiar de rumbo de manera urgente y nos impone un doble imperativo moral: cuidarnos unos a otros y al planeta. Tenemos que construir un nuevo mundo común a escala local y global, y tenemos que hacerlo juntos. De ello depende el provenir.

En su libro apunta que «para adueñarse del cuerpo y la vida de las personas, primero hay que privarlas de su lugar en el mundo, hay que convertirlas en personas vulnerables, indefensas y temerosas; y eso se consigue desposeyéndolas de su casa, su tierra, sus bienes personales, sus vínculos familiares y vecinales, su forma de vida».

El derecho a tener un lugar en el mundo es el más básico de todos porque reconoce el vínculo inseparable entre el lugar que habita cada uno y el mundo que comparte con los demás.