Renta básica, medio rural y soberanía alimentaria

Fuente: SALTO DIARIO

¿No existe la posibilidad de un “afuera” al hecho global que representa la pandemia? Bueno, en realidad no es un “afuera”, es más bien una posición contraria o periférica a la hegemónica: la mayor parte del mundo se sigue alimentando según pequeñas producciones y artesanales; la venta directa ha incrementado su presencia bajo el “estado de alarma”; los mercados locales han comenzado a rearticularse.

La crisis del coronavirus desata un evento total en el conjunto de la humanidad, como ilustra Ignacio Ramonet. La población mundial vive, padece y asiste como convidado mediático a las consecuencias derivadas de la pandemia y de la imposición de políticas de orientación neoliberal. Público cautivo de un gran escenario uniforme que se aparece en nuestras casas según el contexto socioeconómico de cada cual pero con el denominador común de lo desigual. Se reconfigura el Estado, adoptando una posición centralizada y disciplinadora, que ignora a quienes sostienen y reproducen la vida mientras refuerza la construcción de oligopolios privados que distribuyen comida, imágenes, servicios o mascarillas. El parón económico y el tipo de salida adoptado, basado únicamente en parámetros productivistas y ligado a la creación de deuda pública para beneficios de empresas y bancas, ahonda las desigualdades. En estas condiciones de reconfiguración de lo político (vivencial, cotidiano) y de la política (público, instituido), ¿no existe la posibilidad de un “afuera” al hecho global que representa la pandemia? Bueno, en realidad no es un “afuera”, es más bien una posición contraria o periférica a la hegemónica: la mayor parte del mundo se sigue alimentando según pequeñas producciones y artesanales; la venta directa ha incrementado su presencia bajo el “estado de alarma”; los mercados locales han comenzado a rearticularse.

¿Y cómo se potenciaría esas alternativas que desafiasen las respuestas hegemónicas? ¿Podría tener un perfil emancipador? Tomemos el ejemplo de la alimentación. Las medidas adoptadas han reforzado las dimensiones del negocio de la comida por encima del derecho a una alimentación y nutrición adecuada. El medio rural, y sobre todo la pequeña producción, padece doblemente la situación: dificultades en la movilidad para atender producciones agroganaderas o huertos de autosuficiencia, dificultades para dar salida a productos a través de mercados de proximidad. Unas zonas rurales que ya de por sí, en el contexto de “normalidad”, aparecían emparentadas con mayores niveles de pobreza y mermas en el acceso a determinados servicios públicos a las que cabría sumar la precariedad laboral y la inseguridad alimentaria que rodea a todo el negocio de la comida.

Medio rural y producción agroganadera padecen un sistema agroalimentario que en los últimos 60 años se ha desarrollado hacia la dependencia de insumos externos, modelos poco sostenibles con el medio ambiente, bajas rentas para las productoras y un medio rural cada día más vacío. El mecanismo para llegar hasta aquí ha sido aplicar la mirada capitalista y mercantilista a algo tan básico como la alimentación, tratarla como una mercancía más sin considerar que alimentarnos de forma sana y sostenible no es un lujo, es un derecho. Para las personas del mundo agroganadero, salir adelante depende de la premisa de producir y colocar productos que sean “competitivos” en el Mercado. Se ha de cumplir con el modelo intensivo y escala media-grande, para poder recibir subsidios sin los que ya no podrán sobrevivir, lo que las convierte automáticamente en altamente dependientes si no en esclavas. Para las consumidoras se ha creado un modelo en el que se confunde cantidad con diversidad e ingerir con nutrirse, e ir a lugares donde se exhibe acumulación se confunde con poder elegir. No hay más diversidad alimentaria en una gran superficie que en un mercado campesino, pero el espejismo consumista se basa en creer que esto es así. Además la comida ha de ser barata, homogénea según patrones industriales, de bajas propiedades nutricionales: muchos productos no pasan de ser meros productos comestibles.

¿Cómo existir o pensar en caminar hacia un “afuera” de este modelo? Necesitamos laboratorios y necesitamos reconstruir y hacer cumplir derechos que nos devuelvan a la “normalidad”. En los últimos años, los movimientos que trabajan por la agroecología y la soberanía alimentaria vienen desarrollando otros modelos como la Agricultura Sostenida por la Comunidad o diferentes fórmulas de asociaciones y cooperativas agroecológicas que buscan romper con ese modelo pero a día de hoy, a pesar de que su desarrollo es importante y fundamental para muchas productoras, son minoritarias y tienen que sobrevivir día a día entre las tensiones que supone ir a contracorriente. Un laboratorio que, al menos en la esfera virtual, ha ganado cohesión en estos tiempos de (aún más) necesidad, merced a manifiestos conjuntos y presiones sobre administraciones que han acabado cultivando otros modelos agroalimentarios como alternativa al negocio de la comida, y por ende otras sociedades y otras salidas a la crisis, en zonas como Baleares, Canarias, País Vasco, entre otras.

La actividad agrícola y ganadera vive en la incertidumbre constante. Cuanto más nos alejamos del cuidado de la fertilidad de la tierra e intensificamos el modelo, más dependemos de que el Mercado “responda” a los productos que le enviamos. A la vez el vuelco climático se revela como un estrés añadido para la pequeña producción, aunque también demuestren día a día ser quienes más capacidad de resiliencia tienen.

En este contexto y en este camino del derecho a tener derechos, planteamos ¿qué podría pasar si se implementa una Renta Básica individual, universal, suficiente e incondicional? Muchas dirían que nos quedaríamos sin personas agricultoras y ganaderas. Seguramente porque esta actividad siempre se ha despreciado y en muchos casos incluso se ha ofrecido como castigo incluso dentro de familias campesinas. El “desarrollo” está en otros lados y el “si no estudias te vas a cuidar cabras” o “te tocará coger la azada”, se suele oír en el medio rural. Sin embargo, a pesar de todo contamos con personas que han decidido dedicarse a ello y quienes las conocemos sabemos que no lo hacen por descarte. Quien escucha a una persona que se dedica a la agricultura o a la ganadería hablar de su trabajo, se da cuenta inmediatamente de que no lo hace ni por el sueldo ni por el dinero, no describe un empleo sino una forma de vida. Por lo tanto, una Renta Básica lo único que haría es que ese trabajo se pudiese hacer desde la seguridad de contar con las necesidades básicas cubiertas de forma digna y con un grado menor de incertidumbre en el día a día.

Por otro lado, en el modelo de producción intensivo descrito, la dependencia es clave para que la esclavitud persista. Su objetivo es romper las 3C fundamentales para la agroecología: que no exista cooperación por abajo; que no cuidemos nuestros territorios ni el derecho a la nutrición saludable; y que no se impulsen circuitos cortos para proveernos de alimentos o disminuir nuestra huella ecológica en la utilización de aguas o fertilizantes. Las productoras en la mayoría de los casos se han especializado en pocos cultivos y en grandes cantidades para el Mercado globalizado, dependiendo absolutamente de ese mercado y de los subsidios para sobrevivir, aliñados con altas dosis de competitividad. Si en lugar de subsidios condicionados a un modelo intensivo, que no las sostiene ni a ellas ni al planeta, recibieran una Renta Básica, su capacidad de decisión y de negociación sería muy distinta. Podrían presionar por unos precios dignos y podrían decidir qué cultivar y cómo, mirando a la tierra y no al Mercado y siendo mucho menos dependientes. Esto no sería bueno solo para ellas, sería bueno para todas porque podríamos construir transiciones hacia un modelo de producción mucho más ecológico, relocalizar la economía y generar mundos más justos. Contemos con que todas las personas recibirían la Renta básica, por lo que desde el lado del consumo los alimentos serían accesibles más allá de lo rápido y lo barato que nos enferma.

¿Es la Renta Básica la solución a todos los problemas? Ni mucho menos. Debe acompañarse de mucho trabajo en planos sociales y políticos, y en este caso trabajar en el plano del derecho a la alimentación y nutrición adecuadas hacia la soberanía alimentaria, así como en desarrollos público-comunitarios que rompan la dicotomía actual de centro-periferias. Igualmente la Renta Básica debe cumplir con las premisas que se defienden desde los movimientos que trabajan en ella: universal, individual, incondicional y suficiente. Premisas clave, ya que si no es suficiente será un subsidio más que en lugar de liberar realmente, únicamente actuará como paliativo que no resuelve el problema pero hace sentir mejor, por lo que puede tener como consecuencia no curar sino aliviar síntomas y a la vez desmovilizar.

La Renta Básica es un elemento a considerar como punto de partida y no entendido como únicamente como un objetivo en sí mismo sino como una herramienta emancipadora y transformadora. En el caso de la propuesta planteada desde la Coordinación Baladre, la Rbis (Renta Básica de las iguales), va un paso más allá y no se conforma con mirar a lo individual. Se parte de que, como seres interdependientes, no es posible la sostenibilidad sin comunidad, por eso se plantea desde una construcción comunitaria. Este modelo comunitario si cuenta con andamiaje en algún sitio, es en los pueblos. En ellos quedan posos de gestión comunitaria por lo que no se empezaría de cero como sí ocurriría en muchos territorios urbanos donde lo comunitario es un concepto casi perdido y que incluso en estos tiempos difíciles está costando recuperar.

Excluir lo rural en el debate de cómo salir de esta pandemia (viral y neoliberal) es excluir a quien nos alimenta y a lo único que hoy mantiene y cuida la tierra de forma consciente, conocedor mejor que nadie de que su propia supervivencia depende de ello. Para construir otros mundos posibles precisamos contar con un medio rural vivo, y para ello, un sistema alimentario justo y que sea sano tanto para las personas como para el planeta. Quienes hablamos y defendemos la soberanía alimentaria, defendemos el derecho de los pueblos a decidir sobre su alimentación desde una perspectiva de justicia y sostenibilidad social y ambiental. Ese es nuestro objetivo y con Renta Básica, estaríamos sin duda mucho más cerca.