¿Crisis Demográfica? La desigualdad del impacto ambiental

Fuente: SALTO DIARIO

¿Es verdad que somos demasiados en este planeta? Existe un discurso muy transversal que asegura que somos demasiados para este mundo. Sin embargo, a continuación hay que preguntarse cuántas personas podrían vivir en este mundo si viviéramos como un campesino en Etiopía, como un trabajador pobre en Europa o como un millonario estadounidense. Las dos primeras permiten muchas almas sobre la Tierra. La última no.

En las postrimerías del siglo XIX, las tesis del economista Thomas Malthus fueron retomadas desde distintos ámbitos. La izquierda veía en el control de la natalidad una forma de soberanía individual y colectiva que ponía en manos de la persona trabajadora la decisión de cuándo y cómo tener descendencia. El neomalthusianismo, así, promovió medidas de higiene y salud sexual, métodos anticonceptivos y el aborto como un elemento central en la soberanía, sobre todo, de la mujer. El ejemplo más depurado de esta rama la encontramos en el grupo de Mujeres Libres que, en el Estado español, dio un impulso decisivo a todas estas políticas progresistas. En el otro bando, la derecha retomó a Malthus para resaltar la necesidad de priorizar los recursos Las ideas no tardaron en materializarse: medidas de segregación, de pureza de la raza, de esterilización de los pobres y “débiles mentales”, etc. serían sus medidas favoritas. Éstas alcanzarían su cenit con el fascismo.

Karl Marx decía que los procesos históricos aparecen primero como tragedia y luego como farsa para recalcar que la historia no está determinada pero sí influida por el pasado. Hoy en día escuchamos decir, que la población en el planeta es excesiva y que no existen recursos suficientes para garantizar unos mínimos estándares de vida a la mayoría. Al ser tanta gente depredamos los recursos del planeta y nos lo cargamos, como si el número de seres humanos fuera directamente proporcional al consumo de recursos del planeta. También escuchamos que no podemos dejar entrar a tantas personas migrantes en nuestros territorios porque ya bastante mal estamos y que, por tanto, no tenemos qué ofrecerles.

¿Cuán lejos estamos de estos postulados neomalthusianos?, ¿estamos cerca de repetir la historia como farsa?, ¿por qué el discurso de la crisis demográfica lo escuchamos, tanto en organizaciones ecologistas, como en partidos de extrema derecha y/o neofascistas?

Durante los confinamientos duros de marzo de 2020 se pudieron leer muchos mensajes que culpaban a la humanidad, de forma genérica, de la pandemia por SARS-CoV-2. Frases del tipo “La humanidad es el virus, el coronavirus es la cura” circularon por redes sociales como la pólvora, recibiendo cientos de miles de likes. Algunos activistas ecologistas, como  Paul Watson han escrito sobre la crisis demográfica, afirmando que el Homo sapiens es un virus que está matando a la Tierra, su anfitrión. Él sería partidario de una reducción drástica de la población del planeta que rondaría el 85% de la población actual. Algunas secciones locales de la organización Extinction Rebellion (XR), por ejemplo la de Midlands del Este (Inglaterra), también apoyaron ideas similares y su efecto “positivo de limpieza y curación” que se estaba produciendo durante la pandemia. Recientemente el filósofo Javier López Alós ha escrito para este medio sobre el malthusianismo en la actualidad.

Esta es, por supuesto, una posición extrema dentro del movimiento ecologista, pero que recoge una mucho más generalizada opinión sobre la existencia real de una superpoblación planetaria causante, en última instancia, de los problemas ambientales que padecemos. ¿Es la superpoblación la causa última del impacto ambiental destructivo que innegablemente el ser humano ejerce sobre el planeta Tierra?

EL IMPACTO DE LA POBLACIÓN EN EL MEDIO AMBIENTE

En un reciente trabajo multidisciplinar encabezado por Jan Nyssen del departamento de geografía de la Universidad de Gante (Bélgica) se estudiaron las zonas cultivables del norte de Etiopía, recogiendo informes y datos sobre los últimos 145 años. Las conclusiones del estudio son realmente sorprendentes: la población en la zona se ha multiplicado por veinte en ese periodo de tiempo, con el correspondiente incremento de áreas densamente pobladas, a la vez que ha crecido el número de árboles y el número de zonas verdes y de elevada biodiversidad, produciéndose en resumidas cuentas la anulación del impacto medioambiental (medido como impacto sobre el calentamiento global) generado por crecimiento poblacional del ser humano a través de una correcta gestión de las tierras de cultivo.

Estos hechos indicarían que no hay una necesaria relación entre crecimiento poblacional e incremento del impacto ambiental. Sin embargo, este es un hecho excepcional. Normalmente cuando hay un crecimiento poblacional intenso, hay un incremento del impacto sobre el territorio.

Pero, ¿cómo ocurre este impacto?, ¿todas las personas que están contribuyendo al crecimiento poblacional impactan de la misma forma sobre el territorio? y, nos volvemos a preguntar, ¿realmente es el crecimiento poblacional la causa última del impacto medioambiental o hay alguna otra variable que estaría en la raíz del problema?

LA DESIGUALDAD DEL IMPACTO AMBIENTAL

El cambio climático antropogénico actual es el resultado de la acumulación de gases de efecto invernadero en la atmósfera, que registra la agregación de miles de millones de decisiones individuales”. Así empieza un artículo firmado por Seth Wynes y Kimberly A. Nicholas del Centro de estudios para la sostenibilidad, de la Universidad de Lund (Suecia) que salió publicado en Environmental Research Letters en el año 2017. No hay forma más errónea de afrontar el impacto ambiental de las sociedades. Tratar todas las decisiones de consumo que ocurren en el planeta de forma igualitaria es, de hecho, instalarse en la pseudociencia.

Los datos de emisiones de CO2 por niveles de renta nos indican que el 1% más rico del planeta emite tanto como la mitad de la población que menos renta recibe, y el 10% más rico es responsable de la mitad de las emisiones de CO2 equivalente. Pero hay más. El promedio de emisiones de ese 1% de ricos resulta ser 9 veces el promedio de emisiones de CO2 de la población del planeta Tierra, mientras que el del 10% más rico es “solo” 2,3 veces superior ¡El 1% más rico está emitiendo 4 veces más CO2 que el tramo del 10% considerado en conjunto! Norteamérica (Canadá y EE.UU) concentra el 46% de ese 1% más contaminador, mientras que en Europa estarían el 16% y en China otro 12%.

Por tanto, el promedio de emisiones de CO2 anual por habitante planetario es de 6,2 toneladas. En Norteamérica, el 36% de sus habitantes emiten por encima de este promedio. En Europa, lo hace un 20% mientras que en China lo hace un 15% de su población.

Los datos nos muestran que los caminos más eficaces de reducir el impacto humano sobre el planeta no tienen nada que ver con reducciones de natalidad o de población.

Tres conclusiones podemos destacarI) la inmensa mayoría de los habitantes que están fuera de occidente o de los países con mayor renta per cápita emiten CO2 muy por debajo del promedio terrestre y, por tanto, sus poblaciones tiene poca responsabilidad en la crisis climática futura, II) la mayor parte de habitantes de los países con mayor renta per cápita tienen un impacto por debajo de la media, III) los ricos son el gran problema de nuestro planeta.

LA CLAVE ESTÁ EN LA EMANCIPACIÓN DE LA MUJER

El demógrafo Emmanuel Todd considera la existencia de una causalidad entre la alfabetización masiva de las poblaciones con el descenso drástico de la natalidad y el proceso de transición demográfica de pirámides progresivas, con una concentración mayor de la población en las franjas de edades más jóvenes, hacía pirámides poblacionales estacionarias y/o regresivas, con poblaciones más envejecidas.

Exista o no causalidad directa, lo que sí parece un hecho es esa correlación. También es un hecho que en el mundo cada vez hay menos nacimientos. En 2017 el promedio global era de 2,5 nacimientos por mujer. Es aquí precisamente donde insiste Todd: es la alfabetización y elevación del nivel educativo de las mujeres el responsable de la causalidad. El mecanismo causal, según argumenta Todd, vendría mediado por la independencia que se gana al incrementar el nivel educativo. No es una cuestión de desconocimiento, sino de dependencia y, por tanto, sometimiento. La educación rompe muchas dependencias y permite a la natalidad bajar. Ya no se cumple “con el deber que se ha de cumplir” sino que se vive la vida que se elige.

También se ha producido una mayor libertad en la decisión de la mujer y una menor presión social “lo que antes era obligatorio hacerlo porque había que hacerlo, ahora puede ser opcional”. La caída de la presión social de la maternidad y quizás del mito de la “buena mujer” mezclado con otros factores, ha provocado que cada vez más mujeres opten y tomen la opción de no ser madres. Según una encuesta del INE y reproducidos por Eldiario.es, el número de mujeres que no querían ser madres no solo aumentó sino que se duplicó en los últimos veinte años. Pero es más (y aquí llevamos la contraria a Todd) una persona educada no tiene porqué ser independiente y una persona analfabeta puede ser perfectamente independiente. La historia de Hatidze en Honeyland (2019) sería un buen ejemplo.

De hecho, esta misma encuesta del INE sirve para demostrar que la paradoja demográfico-económica, que se refiere al hecho de que a mayor PIB per cápita, menor tasa de fecundidad, no se cumple a nivel de los Estados: las tasas maś bajas de fecundidad en el Estado español se han dado cuando han golpeando sendas crisis económicas con duras bajadas del PIB, de la renta per cápita y un aumento generalizado de la pobreza.

¿DÓNDE PUEDE LLEVARNOS EL MALTHUSIANISMO?

En un reciente artículo en una publicación en una revista de bioética nos podemos encontrar la siguiente pregunta: ¿Se puede defender la “eugenesia”? Para los autores es evidente que sí se puede defender, no en vano encontramos figuras como Steven Pinker o Francesca Minerva entre los firmantes.

Por eso no es necesario retrotraerse décadas en nuestra historia para ejemplificar a dónde nos lleva hablar sobre la superpoblación, sobre justificaciones peregrinas sobre la desigualdad o a plantearse ideas protofascistas como la selección o mejora del ser humano. No, no hace falta volver a las décadas fascistas o al occidente de postguerra.

Durante esta primera quinta parte del siglo XXI hemos visto cómo se ha forzado a muchas personas a su esterilización. En la República Checa, con una larga historia de aplicación de la eugenesia sobre el pueblo romaní, las esterilizaciones forzosas de mujeres por razón de etnia y pobreza se han seguido dando hasta prácticamente la actualidad. No ya desde el ámbito de lo público, pero sí desde diversos “proveedores de salud” privados.

Sin embargo, por los números, el caso de eugenesia más sonado de las últimas décadas quizá sea el perpetrado por el presidente de Perú, Alberto Fujimori (mandatos desde 1990 hasta el año 2000) y su sucesor en el cargo Alejandro Toledo (que se mantuvo como jefe del Estado hasta el 2006). Se calcula que más de 300.000 mujeres indígenas y pobres fueron esterilizadas forzosamente por la única razón de tener ya varios hijos, ser indígenas y pobres. También se realizó la vasectomía forzada a más de 16.000 varones indígenas. Martín Cúneo ha recogido en este medio el caso de Perú y otros horrores similares ocurridos durante el siglo XX y el siglo XXI.

También en pleno siglo XXI, en la India, se han ejecutado millones de esterilizaciones forzadas a cambio de regalos como teléfonos móviles, dinero o comida: el rico soborna al pobre para que le deje el mundo para su descendencia. En la última década el esfuerzo del Estado se ha centrado en las mujeres casadas, llegándoles a ofrecer instalación de gas gratuita en sus hogares si aceptaban operarse. Actualmente, el 39% de las mujeres indias que han contraído matrimonio han sido esterilizadas forzosamente (por un 1% de los hombres) y la mayoría de ellas son de los estratos con menos renta de la India.

Los planes de Perú y la India, así como en otros países mucho menos numerosos,  tienen en común que son financiados y/o promovidos por la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), que dirige campañas de esterilización forzosa a países de lo que considera su “patio trasero” (el centro y el sur de América), las antiguas colonias británicas en África y Asia y a su enemigo geopolítico por excelencia desde hace casi 100 años: Rusia.

Y para dar un poco de contexto local: si, el Estado español también realizaba esterilizaciones forzadas hasta el año 2020 (por ejemplo, en 2016 fueron 146). Hasta el año pasado, nuestro ordenamiento jurídico recogía la posibilidad de esterilizar a personas neurodivergentes si un juez así lo estimaba.

En el artículo de Wynes y Nicholas citado anteriormente, los autores proponen que no tengamos hijos como medida que más impacto tiene sobre las emisiones de CO2. Sin embargo, en ningún momento tienen en cuenta la desigualdad existente en dichas emisiones. Por eso, los argumentos sobre el control poblacional que no incorporen más variables que el aumento mismo de la población acaban todos en la eugenesia: los pobres y los débiles son los que más hijos tienen así que, con toda nuestra sesuda, racional, paternalista y sociópata lógica, son ellos los que no deben tener hijos.

EAT THE RICH!

En cuanto tenemos en cuenta la desigualdad económica, aparece rápidamente la desigualdad en el impacto sobre el planeta: el hijo de un rico (del 10% más rico) que vive en EE.UU. emite unas 45 veces más que el hijo de un pobre de la Índia o de China, unas 10 veces más que un Europeo pobre y 5 veces más que un estadounidense pobre.

Quizá la expresión “eat the rich!” sea demasiado violenta (aunque no por ello menos eficiente) para los estándares que nos marca la declaración universal de derechos humanos, pero el acceso universal a la educación y a una vida digna, así como la expansión de los derechos civiles y sociales, la redistribución de la riqueza y una necesaria disminución de los niveles de consumo de las capas más ricas de nuestras sociedades contribuirán a disminuir la natalidad, a que el crecimiento natural de la población converja a cero (y disminuya posteriormente) y a que el impacto de la población que habite el planeta sea menor.