El contacto social es un recurso esencial para animales gregarios como las vacas. El estudio sistemático de los vínculos que se establecen entre estos bovinos se inició en la segunda mitad del siglo pasado y hoy la comunidad científica continúa generando datos al respecto. Sin embargo, existe un abismo entre la situación de las vacas en las explotaciones y sus motivaciones y preferencias sociales.
En vacas, el acicalado social o allogrooming consiste en lamer la superficie corporal de otros individuos. Esta actividad proporciona a los individuos implicados beneficios directos e indirectos, ya que no solamente presenta una utilidad higiénica, también juega un papel en el establecimiento y cuidado de los vínculos sociales y la cohesión y la estabilidad del grupo. Además, este comportamiento ha sido descrito como una fuente de emociones positivas.
En un estudio publicado en la revista Frontiers in Veterinary Science se analizó el acicalado social en un grupo de 38 vacas en una explotación lechera en la que las vacas tenían acceso a pastos (de Freslon et al., 2020). El objetivo del estudio era el de desentrañar la dinámica social del grupo y explorar qué factores y características individuales la condicionan. Los resultados desvelaron nuevas capas de complejidad en la vida social de estos mamíferos: características como la edad, el rango social o el momento en que la vaca pasa a formar parte del grupo, tienen un impacto sobre el patrón de intercambio de lametones. Por ejemplo, las vacas de edad más avanzada y las vacas que habían sido introducidas más tarde en el grupo acicalaban a más individuos que las vacas más jóvenes o las que formaban parte del grupo desde el inicio del estudio. Se identificó también que las vacas tendían a acicalar a aquellos individuos que las habían acicalado con anterioridad, “lo que implica una posible cooperación” (de Freslon et al., 2020). Sin embargo, aquellas vacas que acicalaban de manera más indiscriminada y que no parecían demostrar preferencia por individuos específicos, a lo largo del tiempo, acababan siendo acicaladas por un menor número de vacas. Los datos también sugieren que crecer juntas puede favorecer este tipo de interacción, pues el acicalado se daba preferentemente entre individuos de edad similar. Por otro lado, las vacas con un rango social superior acababan siendo acicaladas por menos compañeras a lo largo del tiempo.
Un ambiente social seguro presenta beneficios sobre la salud fisiológica y psicológica. El aislamiento, la disrupción de vínculos o un encontronazo con individuos desconocidos pueden representar focos de malestar. En la industria láctea, las crías son separadas de la madre al poco de nacer. Posteriormente, en la mayoría de explotaciones las terneras son individualizadas en pequeñas casetas que impiden el contacto directo con otras terneras y, por tanto, también el juego social.
Otro foco de estrés social lo encontramos en las frecuentes reagrupaciones de vacas realizadas en función de criterios productivos, lo que sienta las bases de un ambiente social inestable. Las reagrupaciones generan un nuevo escenario social de manera abrupta, lo que puede conllevar desde un pico de estrés hasta interacciones agresivas. En esta línea, en el estudio sobre el acicalado social en vacas, el personal investigador menciona que: “Básicamente, en función de su estado fisiológico y productivo, cada vaca es reubicada en una nueva zona donde es alojada con diferentes compañeras y sujeta a las rutinas de manejo correspondientes. Una de las prácticas de manejo más críticas en términos de bienestar de las vacas es el período de transición, que generalmente abarca de 3 semanas antes a 3 semanas después del parto” (de Freslon et al., 2020). Durante esta corta ventana de tiempo, las vacas son sometidas a diversos focos de estrés que incluyen el parto, la separación de la cría, cambios en la dieta, el inicio de la lactancia y, frecuentemente, cambio de grupo social. Además, la reagrupación implica que “los nuevos individuos también deben recuperarse de la ruptura de sus antiguos vínculos sociales y adaptarse a un nuevo entorno social” (de Freslon et al., 2020).
Más allá de las prácticas de manejo per se, cabe recordar que para las vacas, como para el resto de seres sintientes, el impacto afectivo de los cambios en el entorno está sujeto a nuestras individualidades. ¿Cómo reaccionan distintos individuos ante el estrés social de las reagrupaciones? En el caso de las reagrupaciones de terneras, un estudio publicado en agosto de 2020 identificó que los individuos reaccionan principalmente respondiendo a dos estrategias. O bien evitan las interacciones con las terneras desconocidas, o bien tienden a enzarzarse en disputas (Nogues et al., 2020). Las primeras invierten menos tiempo en comer y descansar durante cierto periodo de tiempo tras la reagrupación. En relación a las individualidades, evidencias recientes sugieren que los niveles de pesimismo de las terneras pueden tener un impacto sobre sus interacciones sociales. Las terneras más pesimistas son más selectivas, es decir, interactúan con menos miembros del grupo (Lecorps et al., 2019).
Las vacas son mamíferos sociales y, como tales, sus vidas afectivas se ven condicionadas por la dinámica del grupo. Cada año más de 500 millones de vacas y terneros pasan por el matadero previa exposición a diversos tipos de perjuicios, siendo la separación maternofilial, la individualización y las reagrupaciones las principales prácticas de manejo que vulneran sus necesidades sociales. Cada vez sabemos más sobre las motivaciones, preferencias e individualidad de las vacas, saberes que evidencian la distancia entre las prácticas inherentes a la explotación ganadera y la posibilidad de respetar sus intereses. En este sentido, como afirma el filósofo Robert C. Jones, más ciencia y nuevas metodologías no van necesariamente de la mano de una nueva consideración del estatus moral de los otros animales, esa empresa requiere trascender “la arrogancia de una supremacía humana infundada” (Jones, 2020).