Pastoras del siglo XXI: ecofeminismo y cobertura móvil

Fuente: SALTO DIARIO

Durante los últimos años está aumentando la visibilidad de mujeres que se dedican a la ganadería extensiva. Empoderadas, concienciadas, organizadas. Nos acercamos a algunas de ellas para saber más de un día a día que interpela los postulados de la sociedad capitalista occidental.

Cuando era pequeña, Cristina se iba a la riera de Sant Cugat (Barcelona) cada vez que llovía para ver si había caído mucho o poco. En una ciudad, el asfalto está mojado y luego se seca, pero no se aprecia nada más. “Parece una tontería, pero a mí una de las cosas que más me gusta sentir es el paso de las estaciones. Ahora, en primavera, en el campo ves que hay comida para el ganado por todas partes, que todo está brotado. En verano es diferente, los animales van más lentos”. Cristina de Llanos tiene 29 años. Estudió un módulo de ganadería y agricultura ecológica, luego estuvo en la escuela de pastores y este año ha empezado, junto a un compañero, su propio proyecto. “Se trata de cuidar un rebaño de 200 cabras que pastarán por el Parque Natural del Garraf. Pensamos que puede ser económicamente viable con la venta directa de la carne y el convenio que hemos conseguido con el Ayuntamiento de Begues para el mantenimiento y limpieza del monte”.

Cristina ha pasado ya una temporada acompañando a pastores y admirando, por ejemplo, su capacidad para predecir el clima atendiendo solo a la dirección del viento. Y es que en esta actividad, quien manda es la naturaleza y el ser humano, simplemente, escucha.

El pastoreo se rige por la luz del sol y por las estaciones, y por cómo todo ello moldea las características de cada territorio: flora, fauna, actividades económicas, etc. Una inmensa mayoría de paisajes de la península ibérica es resultado de su coevolución con la ganadería extensiva, aquella que aprovecha de forma eficiente los recursos del territorio. “Tengo amigos de la ciudad que vienen a hacer voluntariado”, cuenta Almudena Rodríguez, pastora en Sayago, Zamora. “Valoran mucho ese contacto con la naturaleza que se ha perdido y que para mí es el hándicap de esta sociedad. Les explico, por ejemplo, que en otoño tenemos la bellotera y que entonces las ovejas dejan de ser animales gregarios y cada una va para su lado, lo que implica una manera diferente de trabajar”.

Hace seis años, Almudena inició un proyecto de vida rural con su familia, mudándose desde la ciudad, en el que apostaron por criar ovejas de raza castellana. Nota que a la gente de la ciudad le cuesta entender que en este trabajo no hay un horario de cierre y de apertura, sino que depende de cada momento del año. “No hay nada escrito, cada día es una aventura”, resume.

La intensificación de la agricultura y la ganadería y del despoblamiento rural ha hecho que cada vez se vean menos rebaños en los campos y montes, lo que para Almudena y Cristina tiene un efecto negativo en el equilibrio ecológico. Su ausencia provoca el crecimiento descontrolado de matorrales en los bosques, que aumentan el riesgo de incendios. Además, “antes en cada pueblo había un rebaño que aprovechaba también la vegetación de los barbechos y de los márgenes, y ahora los caminos y cunetas se limpian con herbicida, que está acabando con las abejas”, explica Almudena, que habla también de desequilibrios en la fauna de su zona, como la desaparición de las perdices o el aumento descontrolado de los jabalíes.

TRANSFORMAR EL MEDIO RURAL

Lise Bruffaerts nació en Bélgica, pero se quedó en la Sierra de Ronda (Málaga) cuando conoció a su pareja, que es pastor. Ahora llevan juntos la cabaña. Ella tiene la sensación de que con su trabajo rompe algunos estereotipos relacionados con la predominancia masculina en la ganadería, al menos en su pueblo. “Me ven siempre contenta y eso hace que se empiece a tener otra cara de la ganadería, especialmente entre las chicas jóvenes”, dice con orgullo. Su pareja le enseñó lo básico, sin embargo, Lise también ha aprendido mucho de mujeres ganaderas con las que está en contacto a través de una aplicación móvil. “Muchas veces él, que es hijo y nieto de pastores, tiene dudas y me pide que les pregunte a las ganaderas”, admite.

Se trata del grupo Ganaderas en Red, formado por más de cien mujeres, en el que también están Cristina y Almudena. “Para mí, Ganaderas en Red es mucho más que un grupo virtual, es un lugar donde se debate y se tratan temas personales, profesionales y técnicos —explica Almudena—; hay mujeres con unos conocimientos impresionantes”. La generación de personas ganaderas que ahora tiene entre 50 y 60 años perdió muchos saberes tradicionales porque el mercado les condujo hacia la productividad y los insumos (piensos, medicamentos, etc.). Se infravaloró especialmente a las mujeres rurales y sus conocimientos, por eso Ganaderas en Red valoran poder recuperarlos y que no se pierda ninguno más. Almudena cuenta entusiasmada que encontraron un remedio natural para la mamitis gangrenosa, que a menudo no responde a la medicina convencional y suele ser muerte segura de la oveja: ajo y aceite de oliva. “Compartimos todo lo que aprendemos en cursos. Como somos tantas, vamos experimentando y, además, hay perfiles diferentes: nuevas, de siempre, que han estudiado, que no… es una mezcla que tiene un poder enorme”.

Periódicamente, organizan encuentros presenciales y campañas en redes sociales. También tienen previsto lanzar pronto su página web. Tal como señalan, Ganaderas en Red sirve para el empoderamiento colectivo, para trabajar juntas por un mundo mejor y más igualitario y, también, para cuidarse. Lise resalta las redes afectivas que se han generado, que hacen que se salga de la soledad y fortalecen la autoestima. “Por ejemplo, hay días duros en los que compartir tu cansancio o tu enfado y recibir palabras de apoyo te da la vida, pero además hay mujeres que al separarse se han quedado sin proyecto ganadero y se han integrado en el de otra compañera”, explica.
Cristina cuenta que le gustaría no tener que estar constantemente demostrando que es igual de válida que los hombres para que proveedores y tratantes la traten con respeto, “y que no se sorprendan tanto de ver mujeres trabajando en el campo, porque siempre las ha habido”.

Ella valora mucho participar en la red para compartir estas situaciones, también por la ayuda que le ofrece con el papeleo, pero cree que un grupo de apoyo como este no es lo más importante para que se incorporen más mujeres jóvenes a la ganadería. “Lo que tiene que pasar para que haya más ganaderas es que los proyectos sean viables”, dice convencida.

CRECER O DECRECER

Si el trabajo de las ganaderas está generando en todos sus planos tensiones contra muchas de las hegemonías actuales, es en el de la viabilidad económica donde se visibiliza de forma más clara. “Mi objetivo es ser rentable con 350 ovejas, que es la unidad de trabajo que yo sola podría abarcar”, dice Almudena. Pero la ganadería extensiva también priorizó la parte económica y lo habitual es tener 700, querer ir a más e invertir, y ella siente esa presión. “La solución no es endeudarme, sino tener un número de animales al que poder atender en perfectas condiciones, ser sostenible con el menor gasto económico y pocos insumos. Yo me voy acercando, pero no es fácil; la inexperiencia implica equivocarse muchas veces y tener pérdidas económicas”. Para ella es incomprensible que la sociedad valore más la productividad que las funciones ambientales que llevan a cabo, pero cree que estas deberían ser compensadas económicamente.

Cristina ha conseguido que en su pueblo le paguen por los servicios ambientales que realiza, pero es insuficiente para mantenerse. Su opinión de las ayudas a la incorporación no es muy positiva: “Algunas subvenciones son accesibles, pero las más grandes es muy difícil conseguirlas si no eres propietario de tierra”. Crecimiento, búsqueda de beneficio, propiedad de los medios de producción… Para Almudena, era la gestión comunal lo que hacía que los proyectos fueran sostenibles. “Aquí, en Sayago, todo el pueblo se reunía después de misa para decidir dónde iban los rebaños. Se ha perdido el manejo común de los valles y del comunal hemos pasado al individualismo”, indica. “Por ejemplo, lo lógico sería que la maquinaria se compartiera en cooperativa pero no hay ayudas para eso, hay ayudas para que te compres tu propio tractor, tu cosechadora, tu empacadora…. y la Política Agraria Comunitaria tiene mucha culpa de esto”.

CICLOS DE VIDA Y MUERTE

Suele decirse que trabajar la agricultura o la ganadería a pequeña escala es más una forma de vida que un trabajo. Sin embargo, Lise, Cristina y Almudena consideran muy importante separar trabajo y vida. “Creo que uno de los motivos por los que la gente se quema en este tipo de proyectos es por no poder desconectar nunca, y eso, por mucho que te guste lo que haces, es muy importante”, explica Cristina. Según ella, hay que romper con dos imaginarios negativos contrapuestos: idealizar el trabajo de pastora y pensar que es un trabajo esclavo. Su camino acaba de empezar y tiene que ver si salen los números, pero tiene claro que una de las ventajas de ser dos es poder organizarse para tener tiempo libre.

Para Lise, la peor parte de su día a día es el momento del sacrificio de los animales, otro punto en el que sienten el desfase entre las normativas y su manera de entender la ganadería. “No me gusta la manera en la que se hace: meterlos en un camión y mandarlos al matadero cuando toda su vida han estado en el campo. Quisiera poder manejar yo misma el proceso y cerrar el ciclo, pero la normativa no nos lo permite”.

A Lise le tranquiliza saber que han tenido una vida excelente y Cristina admite que, en este punto, hay contradicciones, porque se hace todo lo posible para salvar a los animales si se ponen enfermos o hay problemas con la lactancia para acabar matándolos después. Piensa, sin embargo, que las sociedades urbanocéntricas desconectan a la sociedad de los ciclos naturales. “Si desapareciera la ganadería también desaparecerían muchas especies y procesos ecológicos relacionados con ella. La vida es muerte y la muerte es vida. Cuando entiendes eso, te das cuenta de que el sacrificio es un mal necesario y, además, para mí no se trata de vender carne, sino de alimentar bien a las personas”, concluye.

Las tres coinciden en que habría que comer menos carne y de más calidad, y lamentan el profundo desconocimiento que existe sobre las condiciones de la ganadería intensiva, tanto a nivel de impacto ambiental, como de explotación laboral y animal. “Ahora todas las marcas quieren vender bienestar animal y lanzan en sus anuncios y embalajes imágenes de una ganaderia extensiva idílica cuando muchas de esas vacas no han visto el sol en su vida”, denuncia Almudena. En su caso, las ovejas siempre están al aire libre, duermen en majadas que se van alternando diariamente y si hace mal tiempo duermen en cañizas o bajo las encinas.

La ganadería extensiva ha ido consiguiendo medios que ayudan a compaginar las vidas con el trabajo, los propios teléfonos móviles son un buen ejemplo de ello. “Lo que falla es la cobertura —apunta Almudena—, y que tampoco hay mucha gente que desarrolle programas informáticos o aplicaciones para este trabajo porque no es muy rentable, y, si no eres rentable, no existes”. A pesar de los días duros, Almudena a veces recuerda los años que pasó trabajando en un centro comercial y, cuando se ve a sí misma sentada al aire libre mirando su rebaño, se convence de que los malos momentos están compensados.

Cristina se imagina un futuro en el que su proyecto pueda ser viable y pueda vender la carne de forma directa en restaurantes, carnicerías y grupos de consumo cercanos. “Yo creo que dar el paso no es difícil, lo difícil viene después. Ojalá hubiera más conciencia, pero no solo en consumir productos de proximidad, sino en respetar los rebaños. Ojalá la gente supiera más del campo”.