El Capitaloceno y las pandemias

Fuente: SALTO DIARIO

Las crisis sanitaria, climática y ecológica están íntimamente relacionadas. El sistema capitalista está encontrando los límites de sus propias dinámicas al pivotar sobre el crecimiento económico constante en un planeta con recursos finitos. La Tierra está mandando señales para cambiar nuestra manera de relacionarnos con ella.

La Peste Negra fue una pandemia que marcó tanto física como espiritualmente el mundo occidental en la Edad Media. Esta enfermedad estaba localizada en los valles de Afganistán hasta que la ruta de la seda y las invasiones mongolas favorecieron su expansión por todo el mundo. Las consecuencias son bien conocidas. Y es que la historia no solo la escriben las caídas de imperios, conquistas de nuevos continentes o invenciones tecnológicas, sino también pandemias globales que actúan revolucionando la mentalidad de las sociedades.

De manera análoga a la Peste Negra, pero con siete siglos de distancia, la pandemia causada por el SARS-CoV-2 está cambiando el mundo, aunque existen divergencias. El patógeno, por ejemplo, no es una bacteria sino un virus y mientras que la peste mató entre un tercio y la mitad de la población europea en el siglo XIV, la actual pandemia es mucho menos mortífera, fundamentalmente por las propias características biológicas del virus y por el desarrollo de la ciencia y de la medicina moderna. Sin embargo, ambas enfermedades comparten el hecho de surgir y expandirse como resultado del aumento de las interacciones humanas en el globo. Las razones se encuentran en un conjunto de factores derivados de una economía que comercia con bienes y servicios sin importar los costes sociales y ecológicos en tanto que resulte beneficioso económicamente, aunque a largo plazo esto sea paradójicamente negativo para los mercados.

El Capitaloceno y la urgencia de la estrategia preventiva

Este mismo año, la IPBES (Plataforma Intergubernamental Científico-normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas) elaboró un informe exhaustivo con el trabajo de más de 150 expertos y otros 350 colaboradores alertando de que futuras pandemias emergerán con mayor frecuencia, proliferarán más rápido, afectarán más a la economía y serán más letales que el covid-19, a no ser que haya un cambio transformador de enfoque en la lucha contra las enfermedades infecciosas, pasando de la reacción a la prevención.

Desde la mal llamada “gripe española” de 1918, seis pandemias se extendieron por el mundo: tres del virus de la gripe, el SIDA, el SARS y el covid-19. Su frecuencia está aumentando. Se estiman entre 631.000 y 827.000 los virus desconocidos con capacidad de infectar a los humanos. Al mismo tiempo, los costes económicos actuales son 100 veces superiores  a los estimados para la estrategia preventiva. El informe asegura que sólo mediante un “cambio transformador de los factores económicos, sociales, políticos y tecnológicos” se podrían alcanzar los objetivos y las metas de Aichi, fijadas para proteger la biodiversidad y los bienes y servicios de importancia capital que la naturaleza nos brinda. Una de las características citadas de este cambio, que se requiere urgente, es “la evolución de los sistemas económicos y financieros para desarrollar una economía sostenible a nivel mundial, que se aleje de las limitaciones del actual paradigma de crecimiento económico”. Un cambio de paradigma que está en la misma base de la filosofía del modo de producción capitalista.

El Capitaloceno es un concepto propuesto para la era geológica actual que surge como respuesta al de Antropoceno, el cual señala a la actividad humana sin excepción y al crecimiento demográfico como responsables de la alteración de los ciclos geoquímicos globales. No obstante, por etnocéntrico e injusto, este enfoque fue reformulado por algunos autores que defienden que la responsabilidad de la alteración de los ciclos geoquímicos globales es debida a las actividades humanas bajo el sistema de relaciones socioeconómicas dominante.

La conquista de América permitió y favoreció el comercio mundial, robusteciendo a la burguesía y su influencia económica y política. Las revoluciones industriales que se sucedieron a partir de finales del siglo XVIII se basaron en el aumento exponencial de la demanda de energía fósil, en las invenciones tecnológicas y en una actitud receptiva hacia la evolución de la técnica. El desarrollo de la civilización moderna aceleró el crecimiento de la economía global y los impactos del ser humano en el medio ambiente, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XX, permitiendo un auge demográfico sin precedentes.

A pesar de la innegable importancia del aumento de la población total sobre los recursos limitados del planeta Tierra, este no es el factor más importante, sino la avidez energética de unos pocos. La ratio del PIB por habitante casi multiplica por dos en los últimos dos siglos la ratio de crecimiento de la población, lo que quiere decir que la crisis ambiental es consecuencia del aumento de la producción y del consumo por habitante en lugar del aumento poblacional. Un informe de OXFAM concluye que el cambio climático está indisolublemente ligado a la desigualdad económica, porque está basado en las emisiones de los ricos, que afectan y afectarán en mayor medida a los pobres. Por ejemplo, el 10% más rico de la población mundial emite el 49% de las emisiones totales de Gases de Efecto Invernadero (GEI) y el 50% de la población mundial más pobre emite sólo el 10% del total.

La importancia de tener ecosistemas sanos

La causa-efecto entre la destrucción de los ecosistemas y la propagación de nuevas enfermedades es una evidencia. Así lo aseguran las principales organizaciones internacionales dedicadas a su estudio. La FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) ha publicado recientemente un informe que evalúa el estado de los bosques a nivel global cada diez años. Así, señala que la extensión total de los bosques está disminuyendo a un ritmo de 10 millones de hectáreas al año y que desde 1990 desaparecieron 420 millones de hectáreas. Actualmente ocupan 4060 millones de hectáreas, es decir, un 31% de la superficie terrestre. Aunque el ritmo de deforestación esta bajando desde 1990, son principalmente los bosques primarios de los trópicos, que acumulan la mayor parte de la biodiversidad terrestre, los que están siendo diezmados.

La agricultura industrial es el factor más importante de tal deforestación debido principalmente a la plantación de cultivos para alimentar al ganado, síntoma de la necesidad de cambiar los sistemas alimentarios actuales. La agricultura local de subsistencia, la urbanización, la construcción de infraestructuras y la minería son las otras causas más importantes de la deforestación.

En este contexto, la conservación de los ecosistemas, y más concretamente de los bosques primarios, se presenta vital  porque brindan bienes y servicios de un valor incalculable. Algunos, de uso directo, como alimentos, fármacos o energía y, otros, de uso indirecto, tal vez más intangibles pero importantísimos a nivel global, como la depuración del agua, el control de la erosión o… el control de las plagas y enfermedades.

La biodiversidad actúa controlando diversas plagas y enfermedades a través de un efecto de dilución o de cortafuegos. Cuando conviven muchas especies en un ecosistema la probabilidad de que un patógeno infecte a una especie en concreto es menor. Asimismo, el patógeno puede ver bloqueado su desarrollo al alojarse en ciertas especies donde no es capaz de reproducirse.

Las redes tróficas equilibran igualmente la expansión exagerada de ciertas especies. Es decir, cuando hay muchos individuos de una especie, otras vienen a equilibrar la balanza depredándola o parasitándola. Esto es especialmente importante cuando una determinada especie posee una alta carga viral (cantidad de partícula viral que puede estar presente en la sangre de una especie), que varía de una especie a otra. Otro factor muy importante es que a menudo las especies que actúan como reservorios de virus son generalistas, pudiendo desarrollarse y sobrevivir a diversas condiciones ambientales. De esta manera, los patógenos son regulados por un complejo equilibrio de interacciones entre distintas especies.

Sin embargo, la transmisión de una enfermedad animal a un humano (zoonosis) es favorecida cuando un ecosistema es afectado por algún tipo de perturbación, como la tala de un bosque o un incendio, porque este equilibrio se ve alterado. La consecuencia directa es la aparición de enfermedades emergentes y reemergentes, en su mayoría de origen animal y potencialmente zoonóticas. La Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula que el 75% de las nuevas enfermedades humanas son de origen animal. Ejemplos de esto son el covid-19, la fiebre del Nilo occidental, el SARS de 2002 y una larga lista de otras dolencias.

La globalización provocó un enorme incremento en la velocidad y en el volumen del tráfico de mercancías y de viajeros, pero también de patógenos y de sus huéspedes animales. El contrabando de animales es un negocio que movió en el 2019 107.000 millones de euros y el 24% de las especies de vertebrados, representando una de las principales causas de la pérdida de biodiversidad a nivel global, ya que este mercado se retroalimenta de la deforestación. La tendencia global de urbanización, así como su expansión en detrimento de los bosques, aumenta no sólo la probabilidad de contagiar y ser contagiado sino también la exposición a los animales salvajes. La receta perfecta para una pandemia global.

Lejos de teorías conspiranoicas que no se sostienen sobre la creación artificial de un arma biológica en forma de virus, en el sudeste asiático todos estos factores llevan actuando conjuntamente desde hace mucho tiempo y sitúan un mercado de animales vivos como el escenario más probable donde se produjo la primera infección por SARS-CoV-2. ¿Por qué no se sostienen estas teorías? Dicho de un manera popular, porque la naturaleza es más vieja que la ciencia, lo que significa que también es más inteligente.

“La proteína del virus que se une a un receptor celular humano está optimizada de tal modo que ni siquiera pudo ser prevista por las simulaciones informáticas que recrean todas las posibles modificaciones genéticas que podrían ser llevadas a cabo para fabricarla.”

Según un estudio científico que discute las diferentes hipótesis sobre el origen del virus, “es improbable que el SARS-CoV-2 naciera a partir de la manipulación de un coronavirus causante del Síndrome Respiratorio Agudo Severo en un laboratorio” porque la proteína del virus que se une a un receptor celular humano está optimizada de tal modo que ni siquiera pudo ser prevista por las simulaciones informáticas que recrean todas las posibles modificaciones genéticas que podrían ser llevadas a cabo para fabricarla.

Así, las hipótesis más plausibles se basan en la selección natural del virus. Bien a partir de uno o de varios huéspedes animales previos a la zoonosis o bien a partir de la selección natural del virus en los humanos. Existe evidencia de que sus hospedadores primarios son murciélagos, ya que estos constituyen un reservorio natural de una gran variedad de coronavirus. Al secuenciar el genoma del murciélago Rhinolophus affinis , se descubrió un coronavirus que es un 96,2% similar genéticamente al SARS-CoV-2 (causante de la COVID-19) y 80% similar al SARS-CoV que causó la epidemia de 2002 en China.

En el mercado de Huanan, en Wuhan (China), se vendían animales salvajes vivos (entre ellos los murciélagos) y exóticos en algunos casos, por lo que es muy probable que pudieran afectar a otros animales en el proceso para acabar saltando a los humanos. Otro hecho que apoya esta hipótesis es que el estrés que sufren estos animales aumenta la probabilidad de enfermar y transmitir la enfermedad al debilitarse su sistema inmune. Hasta ahora no se pudo reconstruir al 100% la historia, pero entre los huéspedes intermediarios que se manejan como posibilidades están las serpientes  y los pangolines.

En definitiva, las crisis sanitaria, climática y ecológica están íntimamente relacionadas y se explican en buena medida por un sistema capitalista que pivota sobre el crecimiento económico constante en un planeta con recursos finitos, encontrando los límites de sus propias dinámicas. Parece existir un paralelismo con la pandemia de la Peste Negra, pero en este caso el cambio de mentalidad debe resultar en un mayor respeto por la naturaleza. La Tierra está mandando señales para cambiar nuestra manera de ralacionarnos con ella.