Los países del Este de la UE se preparan para otro año seco que los expertos advierten que puede afectar a los precios de los alimentos
El verano pasado en el río Elba a su paso por República Checa aparecieron las llamadas «piedras del hambre». Se tratan inscripciones talladas en las rocas del lecho del río en los momentos de menor caudal del mismo, durante sequías severas, y en las que pueden leerse mensajes tan optimistas como «cuando me veas, llora». Fue una señal de alarma más para los checos, que durante 2019 llegaron a declarar al 99% del país afectado por la sequía. Ahora, en mitad de la pandemia del COVID-19, Europa Central se enfrenta a otra primavera escasa de lluvias tras un invierno especialmente seco.
Por ejemplo, el pasado 14 de abril Jana Holeciova, portavoz Cámara de Agricultura y Alimentación Eslovaca (SPPK), anunciaba que los agricultores del país eslavo se preparaban para una sequía severa, sobre todo en la mitad norte y suroeste del país, tras un inesperado comienzo de primavera con un mes sin lluvias. En Senica, en la región de Trnava, comenzaban a sembrar el maíz con varias semanas de adelanto.
Jozef Pecho, climatólogo del Instituto Eslovaco de Hidrometeorología (SHMÚ), calcula que solo en su país ya afecta a más del 20% del territorio y dada la importancia de las lluvias al comienzo de la primavera «es probable que se note cierto impacto en la agricultura si la situación no cambia en las próximas semanas». Extiende la situación a toda la zona dentro de la UE: Polonia –donde ya constata subidas de los precios en determinados alimentos–, República Checa, Hungría o las vecinas Ucrania y Moldavia.
El problema llega por un invierno 2019-2020 con «una cantidad extremadamente pequeña de nieve» y «la rápida aparición de un clima anormalmente cálido» con temperaturas diarias muy altas en febrero y marzo de este años. «Los pronósticos de las lluvias generalizadas que necesitamos para abril y mayo siguen siendo relativamente pobres».
¿Es un problema que agrava o empeora con el actual confinamiento? Chequia y Eslovaquia han empezado esta misma semana a levantar con pequeños pasos sus medidas de confinamiento, que sobre todo en el segundo país eran más leves, pero que implican reactivar poco a poco sus industrias. El climatólogo recuerda que «la combinación de pandemias y producción de alimentos nunca es una buena mezcla» y, pese a ciertos análisis, «hay poca evidencia de que el confinamiento pueda ayudar a mitigar la sequía, pero muchas de cómo puede empeorarla».
Por ejemplo, «la paralización de la cadena de suministro también está afectando la capacidad del sector agrícola para sostener la producción», ya que es parte de la economía globalizada y no es inmune a los grandes choques externos.
Cuestión de adaptación
Sergio Vicente Serrano, investigador español del CSIC que trabaja con Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés) explica a Público que «no es una anomalía tener una sequía en alguna parte de Europa» y que se explica mediante la «variabilidad climática». Los problemas de sequía severa comienzan cuando se acumulan varios años de sequía. Vicente, que publicó un estudio colectivo en la revista Journal of Climate sobre la sequía en Europa en los años 2016-2017, advierte que aunque Eslovaquia y Hungría vienen de inviernos muy secos, son Ucrania, Rumanía y Moldavia las que se llevan ahora mismo la peor parte.
Advierte que «no hay estudios que prueben que el cambio climático aumente las condiciones de sequía». El cambio climático, explica, afecta en otro sentido: «por la humedad de la atmósfera, que al estar más caliente necesita más agua, o por la evaporación, que impide que más agua de la que cae sea absorbida por la tierra». Los déficits hidrológicos en zonas como República Checa se deben «al incremento de la cubierta vegetal por el abandono de algunas zonas de montaña, de manera que el bosque consume más agua, o por el gasto en regadío».
Al final la existencia de una sequía depende «de que estemos adaptados a sistemas de lluvia variables. Si hay poca adaptación se produce el desequilibrio y hablamos de sequía severa».
En este sentido la Agencia Europea de Medio Ambiente (AEMA) calcula que alrededor de un tercio del territorio de la UE está expuesto a condiciones de tensión hídrica, ya sea de forma permanente o temporal. Esto en parte, además de a la escasez de precipitaciones en determinadas zonas, se debe a que la demanda de agua en Europa se ha incrementado en el último medio siglo por el crecimiento de la población. Ello ha dado lugar a un descenso global de los recursos hídricos renovables por habitante cifrado en un 24% en toda Europa.
De hecho, la Comisión Europea calcula que al menos un 11% de la población europea y un 17% de su territorio se han visto afectados por la escasez de agua hasta la fecha y cifra el coste de las sequías que han afectado a Europa durante los 30 últimos años en unos 100.000 millones de euros.
En este sentido Jozef Pecho prefiere hablar de «mitigación antes que adaptación «ya que, por ejemplo, «es imposible gestionar de manera significativa los ecosistemas forestales cuando los árboles crecen normalmente de 60 a 100 años, y durante su vida el clima puede cambiar diametralmente». Principios similares se pueden aplica a los sistemas de producción de alimentos, ya que «muchas especies de cultivos experimentarán estrés combinado por el clima extremo y un mayor riesgo de brotes de plagas existentes o nuevos». Concluye que «la mayoría de los ecosistemas, así como las sociedades, solo pueden adaptarse a un clima estable, o a transiciones muy lentas». Necesitamos «comprender los límites de la adaptación para impulsar la mitigación tanto como sea posible».