La transición ecológica necesita metales críticos y la Península alberga litio y tierras raras muy jugosas para la industria- Europa presiona para dejar de depender de China a la hora de almacenar electricidad, pero los territorios donde se proyectan las minas se niegan al extractivismo. Geólogos y patronal insisten en que España debe posicionarse como el primer eslabón de la nueva era mientras los ecologistas llaman a no seguir con dinámicas insostenibles
Hace unas semanas, el Gobierno anunció que financiará con fondos europeos la primera fábrica de baterías en España, impulsada por SEAT e Iberdrola. Se trata de un consorcio público-privado que levantará una de las infraestructuras claves para la nueva era cerca de la factoría de Martorell (Barcelona). La empresa automovilística ha anunciado que en la propia fábrica prevé producir más de 500.000 vehículos eléctricos. Las ansias de recuperación pospandemia están traduciéndose al apoyo público a grandes empresas que quieren apostar por la transición pero sin jugársela demasiado con tecnologías aún pendientes de un salto en su desarrollo, como el fin de la combustión en los coches o el inmaduro hidrógeno verde. Pero, como suele pasar, ninguna transformación de calado está libre de impacto.
El coche eléctrico necesita baterías y las baterías necesitan minerales críticos. Llamados así por su escasez, la dificultad de su extracción, el impacto ambiental de su tratamiento y su potencial para generar conflictos por su control. El principal es el litio, pero también se requieren otros elementos como el cobalto, el níquel, el grafito y el vanadio; así como otros minerales dentro de la categoría de «tierras raras» –llamados así porque es difícil encontrarlos en forma pura–. La Comisión Europea pretende quitarse de encima la dependencia de China, el primer exportador a nivel mundial: a través de la European Battery Alliance busca fomentar la creación de una cadena de fabricación continental de este producto. Que los minerales se extraigan en Europa, se manden a una fábrica de baterías europea y que la pila se ensamble en un coche montado en Europa.
Y en ese plan, España cumple con un papel vital. Quiere convertirse en el primer eslabón: en el subsuelo español hay litio y hay tierras raras. Como mínimo. El Gobierno es consciente de la importancia del recurso, pero no es el Gobierno el que sufre las posibles consecuencias de la extracción: son los pueblos y las ciudades, los ecosistemas fronterizos con la mina. Es la cara oscura, el cuello de botella de la transición ecológica.
El tesoro en forma de litio en Cáceres: «¿A quién se le ocurre hacer eso?»
Montaña Chaves es una de las portavoces de la plataforma Salvemos la Montaña de Cáceres. La casualidad tiene sentido y trasfondo: en la provincia extremeña es común que muchas mujeres se llamen así, en honor a la Virgen de la Montaña, patrona de los cacereños católicos. Es venerada en el Santuario de la Montaña, ubicado en la Sierra de la Mosca y ubicación de un proyecto de extracción de litio que levanta la oposición de los vecinos. «¿A quién se le ocurre hacer eso?», se pregunta la activista, que habla rápido y con la intensidad de quien tiene algo que perder.
La empresa Infinity Lithium planea extraer litio en esta Sierra de la Mosca. No se trata precisamente de un desolado paraje natural a kilómetros de la civilización: el monte está al lado del núcleo urbano y tiene un papel simbólico, religioso, social y espiritual para los cacereños. «Es como el emblema de la ciudad, es un lugar sagrado. Imagina que en el Retiro o en la Casa de Campo encuentran litio, ¿a quién se le va a ocurrir excavar?». Los vecinos, explica Chaves, «gozan de dos patrimonios: el cultural» de su casco histórico, y «el natural» de una zona a la que llaman «el pequeño Monfragüe»: aquí encuentran su hogar águilas imperiales, buitres, cernícalos, cigüeñas negras. «A dos pasos de la ciudad», insiste la activista. «Es un reducto de bosque mediterráneo pegado a una ciudad de 100.000 habitantes. En ninguna ciudad del mundo se ha hecho eso».
Chaves enumera los posibles impactos sobre Cáceres que tendría una mina extrayendo litio tan cerca de la ciudad. Enfatiza al teléfono: «¡que vive gente allí!». La extracción requeriría la expropiación y el traslado de 2.500 vecinos que viven al sureste, a las afueras de la capital. «¡Que ya no son los animales o el medioambiente! ¡Tienes que borrar del mapa las casas de la gente!». Prosigue: las detonaciones continuas pueden afectar a los edificios medievales y la cimentación de la muralla almohade; la planta de tratamiento, donde se extrae el litio de la tierra, emite «partículas altamente contaminantes, porque contienen metales pesados»; y el consumo de agua es excesivo para una zona donde la sequía es una compañera más. Elena Solís, responsable de Minería de Ecologistas en Acción, le pone cifras: dos millones de litros.
El proyecto está, por el momento, estancado: la empresa necesita que el Ayuntamiento modifique su plan urbanístico. Y todos los partidos del Consistorio se niegan menos uno, Ciudadanos. Un concejal del grupo, Cayetano Polo, dejó la política para unirse a las filas de Infinity Lithium como responsable de Relaciones Institucionales, en un caso de libro de puertas giratorias. La Junta de Extremadura se lava las manos y asegura que la decisión recae en la corporación municipal. Y los vecinos, asegura Chaves, están mayoritariamente en contra.
El marco David vs Goliat se repite en este y en muchos proyectos extractivos a lo largo y ancho de la Península: la empresa intenta convencer mediante la promesa de puestos de trabajo, que suelen funcionar bien en zonas deprimidas. Infinity Lithium, de hecho, ha colocado lonas publicitarias en las entradas y salidas de la ciudad, paga publicidad en prensa local. Pero los activistas no se lo creen. «Dará menos trabajo que el Mercadona. Ese tipo de minería está ya muy automatizada», argumenta la portavoz de Salvemos la Montaña.
«Es un muy buen proyecto», argumenta la patronal
«Es un muy buen proyecto, y lo lógico es que cualquier empresa que fuera a montar una fábrica de baterías estuviese cerca de una mina. En Martorell está la SEAT». Quien habla es Vicente Gutiérrez, presidente de la Confederación Nacional de Empresarios de la Minería y de la Metalurgia (Confedem). Asegura que España padece una «enfermedad»: la que le hace parar proyectos en apariencia rentables por motivos políticos. El representante de la patronal habla del caso de Cáceres y de otra propuesta de extracción en la provincia: en el Cañaveral. Aún se encuentra en un estado embrionario: la compañía, Lithium Iberia, ha solicitado hace meses el permiso de investigación. «Los dos proyectos tienen que salir. Las necesidades de litio son enormes para todo lo que se quiere tener. Europa planea 900 millones de vehículos eléctricos en el año 2050, pero en el 2030 ya plantea 200».
Pero no solo hace falta litio. Las tierras raras son vitales tanto para el desarrollo de las energías renovables como para la digitalización –fibra óptica, smartphones, todo tipo de aparatos electrónicos– sobre la que España y Europa quieren cimentar su reconstrucción económica. En el Campo de Montiel (Ciudad Real), un proyecto está paralizado a la espera del veredicto definitivo del Tribunal Supremo, que aún tardará años, estiman las partes. «Es el proyecto de tierras raras más sencillo del mundo», asegura Gutiérrez. «No es que lo diga por decirlo. Vas a un sitio donde tienes grava y sacas el 5%, que contiene el material, y el resto lo dejas donde estaba. Sin explosivos. Sin ningún ruido. Contaminación mínima. Se está comparando con las minas de cielo abierto, que son un desastre medioambiental, de China».
Gutiérrez carga contra la «hipocresía» de los ecologistas. «Me pongo de mal humor», confiesa. Asegura que los activistas medioambientales de España prefieren que se siga expoliando en países lejanos «como China y Mongolia» antes que sacar aquí los metales, donde existen más controles ambientales, y aprovechar para colocar a España como potencia del sector secundario. Manuel Regueiro, presidente del Colegio de Geólogos, añade: si no extraemos más litio, tierras raras u otras materias primas, «es una decisión política. Tenemos unos procedimientos ambientales muy claros. No hay duda de que en nuestro país se va a priorizar lo que convenga al Estado».
Regueiro asegura que el subsuelo de la Península Ibérica tiene un gran «potencial» en cuanto a litio y tierras raras. Más allá de los proyectos en Extremadura, hay «indicios» de la presencia de litio en Galicia, aunque por ahora no se ha iniciado la investigación por precauciones ambientales. En líneas generales, el litio se encuentra en la corteza terrestre en dos formas: en sales, siendo mucho más fácil de producir, o como elemento de un mineral llamado lepidolita. Es lo más habitual en España. Esta segunda presentación del litio es más cara, explica el geólogo, pero la demanda es alta, la oferta no tanta y los precios están por las nubes, por lo que resulta rentable.
El presidente del Colegio de Geólogos reivindica una gran «plan de investigación de tierras raras y minerales críticos, siguiendo la estela de lo que pide la UE». El país, argumenta, necesita saber dónde pueden estar escondidos metales importantes para el futuro de la industria y de la transición ecológica.
Los ecologistas apuntan y disparan: «Europa ya no es lo que era».
Elena Solís, responsable de Minería de Ecologistas en Acción, niega la mayor. Ni el ordenamiento jurídico español es garantista a nivel medioambiental, ni los activistas pretenden hacer la vista gorda a la extracción de recursos metálicos en el Sur global. «Nuestra experiencia es que en muchas ocasiones personarse en los procesos es algo imposible, y a veces ni siquiera nos dan acceso al expediente». Su ONG pretende dejar todo el litio que se pueda en el suelo, porque es una carrera que el mundo desarrollado no puede ganar: «Ya está calculado que, dentro de 20 años, nos vamos a quedar sin material». Por lo que hay que plantearse desde ya otras alternativas. Aunque sean difíciles y aunque desafíen el sistema económico imperante.
«Desde 2010, Europa ya no es lo que era. Las conquistas ambientales de los 90 se están diluyendo. Es la causa de lo que está pasando«. A partir de la década pasada, relata Solís, «Europa empieza a promover políticas extractivas en Europa» al darse cuenta de que necesita abordar una transición energética de cuyos materiales no solo no tiene el control, sino que los extrae su principal rival geopolítico en este siglo: China. Y de aquellos barros, estos lodos: la European Battery Aliance y la facilidad para aplicar los fondos de recuperación en este tipo de proyectos. «La UE está haciendo notar el soft power, el poder blando, de los lobbies mineros sobre las instituciones comunitarias», señala.
La activista carga contra otro de los argumentos habituales de las empresas mineras: «Podemos hacer minería sostenible». «A día de hoy, todas las minas en territorio español están sin restaurar». Se refiere en concreto al caso de la Sierra de la Mosca, Infinity Lithium y Cáceres: «Los procesos de tostación» para extraer el metal «son súper contaminantes», y la extracción en sí misma se realiza mediante «un socavón de 500 metros de profundidad, a dos kilómetros de la ciudad, con dos millones de litros de agua. Ya me dirás cómo va a ser eso sostenible«.
Pero… ¿cuál es la alternativa?
«Estas políticas nos están llevando al abismo. Estamos sustituyendo la dependencia de los combustibles fósiles por la dependencia de estos metales«, concluye Solís. ¿Pero cuál es la alternativa? El planeta se enfrenta a una crisis climática y debe acometer una rápida reducción de sus emisiones de gases de efecto invernadero, que conlleva el desmantelamiento de industrias contaminantes como la automovilística o la eléctrica basada en el carbón, mientras intenta no disparar la tasa de desempleo y que los sectores poblacionales más vulnerables no se hundan en la ruina. Si la implantación masiva de tecnologías renovables para sustituir los combustibles fósiles también tiene límites, también es insostenible, ¿qué nos queda?
«Decrecer», contesta Solís. Se trata de una discusión clásica en los círculos verdes y ecologistas. Los defensores del Green New Deal apuestan por una nueva revolución industrial acompañada de una política económica expansiva que siembre el mundo de coches eléctricos, aerogeneradores y placas solares. Al menos, a corto plazo. Los decrecentistas, como Ecologistas en Acción, creen que la única salida es reducir el consumo del mundo civilizado. «En primer lugar, hay que investigar, que se haga una política de sustitución de metales estratégicos», argumenta la portavoz. Si necesitamos un material escaso, barajemos si podemos sustituirlo por algo más común, cuya extracción no sea lesiva.
«Y en segundo lugar, tenemos que decrecer. Consumir menos. Utilizar menos aparatos. Que los móviles se fabriquen sin obsolescencia programada«. Este planteamiento es, evidentemente, incompatible con las lógicas capitalistas. Y la revolución no se hace en dos días. Mientras tanto, la guerra entre partidarios y detractores del extractivismo será la tónica de los próximos años: y la Unión Europea –y España– deberán afrontar sus contradicciones.