Menos coches y más bicicletas. La red de ciudades C40, una alianza internacional para luchar contra la crisis climática, ha creado un grupo de trabajo para analizar posibles medidas que puedan impulsar una recuperación económica sostenible tras la crisis del coronavirus
La vida tras el coronavirus es una incógnita. Por el momento, la prioridad es recuperar poco a poco la normalidad mientras tratamos de convivir con la pandemia, pero resulta muy complejo planificar el futuro en base a una enfermedad que todavía no conocemos demasiado bien. Sin embargo, hay cada vez más voces que exigen al menos una certeza: que la necesaria reconstrucción económica que seguirá al confinamiento de estos últimos meses sea sostenible. Para lograrlo, serán necesarias grandes estrategias coordinadas a nivel regional o europeo, pero también hace falta que haya presión desde abajo. Por eso, la red de ciudades C40 ha creado un grupo de trabajo para explorar posibles medidas que ayuden a que la desescalada sea también una herramienta contra la crisis climática.
Desde Medellín a Hong Kong, pasando por Milán o Lisboa, cada vez más ciudades están elaborando planes que permitan garantizar la seguridad pública al mismo tiempo que se refuerza la lucha contra el calentamiento global. Sin embargo, la red C40, que reúne a casi un centenar de grandes urbes con un compromiso ambiental claro, quiere que este esfuerzo sea coordinado. Para ello, se ha instaurado el Grupo de trabajo de recuperación de COVID-19 de los alcaldes mundiales, un foro de discusión cuyo objetivo es impulsar una recuperación económica que mejore la salud pública, reduzca la desigualdad y aborde la crisis climática.
El grupo lo lideran once alcaldes de ciudades de los cinco continentes, que ya han sostenido conversaciones esta semana para coordinar sus esfuerzos. “Nuestras ciudades se enfrentan a un desafío sin precedentes y queremos aprovechar nuestra experiencia colectiva para proporcionar apoyo y orientación a alcaldías de todo el mundo. Debemos ser ambiciosos, estar centrados y ser creativos”, ha asegurado el alcalde de Milán, Giuseppe Sala, que lidera el proyecto.
Por el momento, muchas ciudades ya han anunciado medidas, desde cientos de kilómetros de nuevos carriles-bici en urbes como Berlín o Ciudad de México hasta la ampliación de aceras y peatonalización de calles enteras que han planificado en Nueva York o Seattle. Las iniciativas están diseñadas para permitir a las personas moverse con seguridad por los espacios urbanos en un mundo donde el distanciamiento físico será la norma hasta que se logre encontrar una vacuna.
Pero también se exploran alternativas para que esta nueva seguridad, que afecta especialmente al transporte público por su tendencia a la masificación, no implique un aumento drástico de la contaminación del aire por una explosión del tráfico rodado. Diversos estudios científicos ya han señalado la correlación existente entre una mayor mortalidad por coronavirus y una alta polución, por lo que conservar ese aire limpio que ha sido la tónica del confinamiento en muchas ciudades debe ser una prioridad. La bicicleta ya está siendo propuesta como un método indispensable para lograrlo.
El ejemplo de Milán
Tras unos meses en los que las medidas de confinamiento han obligado a la mayoría de las personas a quedarse en casa, las calles y avenidas urbanas que antes estaban irremediablemente ligadas a la congestión y la polución se han transformado en espacios vacíos y silenciosos. El ausente más visible es el coche: la mayoría de los vehículos personales están aparcados, esperando momentos más propicios.
Esta falta de automóviles ha contribuido a una caída sin precedentes en las emisiones de dióxido de carbono, además de haber reducido la cantidad en el aire de otros contaminantes como el dióxido de nitrógeno. Pero, sobre todo, el confinamiento ha dado a las ciudades una oportunidad histórica para convertir temporalmente las calles vacías en zonas para caminar, hacer ejercicio y andar en bicicleta
Un ejemplo claro es Milán, el epicentro del brote de coronavirus en Italia. El alcalde ha anunciado recientemente que va a transformar de manera permanente 35 km de sus calles en vías ciclistas, “para evitar el uso excesivo de automóviles privados, con el consiguiente aumento de la contaminación del aire”. Es decir que, a medida que se levanten las restricciones al movimiento, la ciudad continuará instalando carriles bici y quitando espacio a los automóviles, una estrategia que se acompañará de nuevos límites de velocidad reducidos y aceras más amplias. Un plan que podría servir de ejemplo al resto de ciudades.
Por supuesto, es importante recalcar que son sobre todo los coches de gasolina y diésel los que contribuyen a las emisiones de carbono y al aire tóxico en las ciudades. Los vehículos eléctricos podrían por tanto formar parte de la solución, aunque no están libres de problemas: son caros, requieren instalaciones de carga suficientes y generalizadas, y contribuyen de la misma manera que sus homólogos contaminantes a la congestión en las calles de la ciudad. Sin embargo, suponen una alternativa real que, en combinación con tácticas como el impulso a los coches compartidos, podría formar parte de la futura infraestructura de transporte de las grandes urbes.
El pasado 22 de abril, aprovechando la celebración del Día de la Tierra, la ONU recordó que la crisis actual debe convertirse en un punto de inflexión en nuestra relación con la naturaleza. “Debemos actuar con decisión para proteger nuestro planeta del coronavirus y de la amenaza existencial de la alteración del clima”, aseguró el secretario general de la ONU, António Guterres, que cree que es necesario “convertir la recuperación en una oportunidad real para hacer las cosas bien en el futuro”. La desaparición progresiva de los coches de combustión en las ciudades puede ser un buen primer paso en la buena dirección.