Los temas ambientales sin justicia social tienen poco recorrido, la historia lo demuestra

Fuente: INFOLIBRE

Mario Rodríguez, director de Greenpeace, reconoce que el Gobierno actual es el más ambicioso con respecto a la lucha climática, pero asegura que su esfuerzo es «insuficiente». «El medioambiente no está contrapuesto al desarrollo económico: está contrapuesto a quienes especulan con el planeta y quienes lo exprimen para su beneficio». «Ecoembes no puede ser un obstáculo a la economía circular. Tampoco puede ocurrir que estén mintiendo sobre los datos»

Mario Rodríguez Vargas (Madrid, 1965) es físico y, desde febrero de 2012, director ejecutivo de Greenpeace España. En septiembre, anunció que daba un paso atrás y abandonaba su puesto, desde el cual ha defendido durante ocho años el derecho de los españoles a un medio ambiente sano, recogido por la Constitución, según recuerda. En esta conversación con infoLibre explica que seguirá en el cargo hasta que se finalice la «transición tranquila»: «Una organización como Greenpeace no se puede parar, y menos en un momento clave en la agenda ambiental como éste», asegura. Clave porque España decidirá en los próximos años si aprovecha el impulso de la recuperación para colocarse como referente en la transición ecológica, o si prefiere seguir dependiendo de industrias caducas. La organización ecologista más conocida peleará por la transformación, teniendo siempre en cuenta un enfoque social: no hay revolución posible si no se tiene en cuenta a las personas.

PREGUNTA. ¿En qué ha cambiado Greenpeace desde que aceptó el cargo hasta la actualidad?

RESPUESTA. Cuando entré en la dirección tenía claro que Greenpeace tenía que evolucionar hacia una visión más ecosocial. Los temas ambientales sin justicia social tienen poco recorrido, la historia lo demuestra. Podemos decir que el bienestar de la sociedad tiene que ver con lo social y lo ambiental, pero es que es parte del mismo esquema. También he trabajado la descentralización. Creo que en España hay realidades ambientales y sociales muy distintas según el territorio, incluso hay territorios que hablan otras lenguas. Eso ha llevado bastante tiempo y todavía está en evolución.

Luego, sobre todo, he buscado tener cada vez mayor capacidad de influencia. Creo que hay que tener un equilibrio entre la notoriedad y la influencia. Se puede ser muy notorio y no influir nada, o se puede no ser notorio e influir mucho en las decisiones de la agenda ambiental.

También hemos ido avanzando hacia un enfoque ecofeminista, incluyendo todos los aspectos de diversidad en las organizaciones: aunque tengan como misión la defensa ambiental, no pueden estar ajenas al tablero social. Y sobre todo a batallar y denunciar los desmanes ambientales de los que contaminan, de los que generan cambio climático, el greenwashing… Greenpeace es acción y denuncia, eso no va a cambiar. Vivimos un momento en el que el espacio democrático se degrada, la ley mordaza está ahí y cada vez las denuncias que recibimos por nuestras acciones son más duras. Llevo 30 años, puedo comparar perfectamente. Es algo que nos preocupa: debemos ir hacia un Estado democrático de mayor calidad, no menor.

P. ¿Ha tenido éxito la organización a la hora de, dentro de ese enfoque ecosocial, acercarse a la ciudadanía? Que no solo conozcan Greenpeace sino que apoyen su labor.

R. Creo que sí, porque cuando se analiza la base social de Greenpeace, ha aterrizado gente de muchos ámbitos: sindicales, de lucha social… incluso, es curioso, hay gente de todas las ideologías, incluso conservadoras, lo cual para nosotros es importante. Hemos visto que enfocar los problemas ambientales sin perder esa perspectiva social hace que la gente entienda que la lucha ambiental es por el bienestar de las personas, no solo por el planeta. Antes, el enfoque de las organizaciones ecologistas y conservacionistas era de defensa de los ecosistemas, de la contaminación… y ahora hemos incluido esa variable. Creo que se ha notado y nos ha acercado a la ciudadanía.

P. Hay sectores en los que la labor ecologista se percibe como una amenaza: en las cuencas mineras, o en la agricultura, cuando decís que no puede haber tanto regadío en España.

R. Es un tema duro y doloroso, porque mucha gente siente amenazado su futuro. Esto nos ha pasado, efectivamente, en las cuencas mineras. Esto llevamos trabajándolo 30 años: creo que fuimos los primeros que llegamos a las cuencas diciendo que el futuro no iba por ahí, que había que prepararse para que no acabase como se acaban en España las cosas, que se cierra un sector y que cada uno se busque la vida. Hay que recordar que cantidades ingentes de dinero que han ido a las cuencas mineras se fueron a hacer cosas que no tenían que ver con la reestructuración social. Hemos hecho un trabajo conjunto con sindicatos y con colectivos de jóvenes y mujeres, porque la generación de mineros tiene garantizado el retiro, pero el problema es qué pasa con la siguiente generación y sobre todo, como pasa en otros ámbitos, qué pasa con las mujeres. El Gobierno actual tiene una dirección general de Transición Justa, y no lo han hecho así como así, han sido años de presión junto a los sindicatos.

En la agricultura, tenemos u trabajo conjunto muy importante con todo el sector de la agricultura ecológica y familiar: el olivar de montaña, la ganadería extensiva que ahora tiene que luchar contra las macrogranjas industriales. En el caso del regadío, que es uno de los temas que va a venir en los próximos años muy fuerte por la emergencia climática, pues hay que hacer como con la minería hace 20 años: este país no soporta más regadío y encima hay hectáreas ilegales. Lo ilegal es obvio, no se puede hacer. Eso es blanco y negro.

Si no es ilegal, hay que dar una alternativa a esas personas, pero esa alternativa no es sacar cinco cosechas al año a costa de contaminar los acuíferos con pesticidas. El relato que tratan de trasladar las empresas es que hay un conflicto ecologistas-agricultores. Y no. En el caso de Greenpeace, el conflicto es con las grandes corporaciones agroalimentarias. Tenemos mucho trabajo por delante para trasladar a la sociedad que una gran mayoría de la gente que trabaja en el sector primario trabaja con nosotros más conjuntamente de lo que aparenta. El medioambiente no está contrapuesto al desarrollo económico: está contrapuesto a quienes especulan con el planeta y quienes lo exprimen para su beneficio.

P. ¿Hubo debate o dilema en Greenpeace a la hora de demandar ante el Supremo por su inacción climática al Gobierno que más ha hecho en ese sentido?

R. No hubo debate porque el planteamiento no es contra el Gobierno actual. Le ha tocado al Gobierno actual porque es el primero que ha establecido un Plan Nacional Integrado de Energía y Clima y una Ley de Cambio Climático. Cuando se utiliza la herramienta jurídica tiene que haber algo que denunciar. Con Rajoy, no había nada. No puedes denunciar ante los tribunales algo que no existe.

¿Ha tocado con este Gobierno? Sí, pero habría tocado con cualquiera. Esto es contra el Estado, no contra el Gobierno. Contra un Estado que no está garantizando lo que está en el artículo 45 de la Constitución: el derecho de los ciudadanos a tener un medio ambiente saludable. La comunidad científica está diciendo que el grado de ambición es uno muy concreto. Es la ciencia, no son los ecologistas. Y no está siendo cumplido ni por Europa ni por España. No es que no esté haciendo nada, es que es insuficiente. No se nos puede decir que el Gobierno no puede ir más allá porque si no se va a parar la industria. No. La industria se va a parar si el Gobierno no va más allá. Creemos que si en el Parlamento y en el Gobierno, que son dos de los poderes del Estado, no han llegado más allá, queremos que el tercer poder del Estado determine si se puede ir más allá, o que establezca qué hay que hacer.

No hay duda de que este Gobierno es el que más ha hecho en la lucha por el cambio climático. Partía de una situación muy mala. También porque a España se le permitió, con el protocolo de Kyoto, emitir más de lo que debía. Y tampoco el país se ha preparado para ese cambio económico. Cuando dentro de 10 años haya consecuencias en el litoral, por inundaciones o sequías, no queremos que a Greenpeace se le diga que nosotros no dijimos nada. No es algo que nos agrade, pero la ciencia es clara, no hay más.

P. Pero sí ha habido una decepción por la reducción de emisiones para 2030 prevista en la ley y la postura del Gobierno en Europa, que defiende solo un 55%.

R. Es curioso que, como dice el refrán, en el país de los ciegos el tuerto es el rey, con perdón por el símil. El Gobierno español, junto con otros países, está liderando la lucha contra el cambio climático en Europa. Pero no es suficiente. Las organizaciones ecologistas establecen que para cumplir con el Acuerdo de París Europa tiene que tener una reducción de emisiones del 65% para 2030, el Parlamento se queda en un 60% y la Comisión en un 55%. ¡Pero es que hace 10 años estaba en un 20%! Si ha sido posible pasar de un 20 a un 55 en 10 años, los que decíamos que era insuficiente teníamos razón, pero hemos perdido 10 años. El Gobierno se queda en el 55 y luego dice: «bueno, a ver si podemos rascar algo y emitir un poquito más». Esto es una muestra de bastante irresponsabilidad.

A nuestro juicio, Europa debe ser consecuente. Tenemos una década para cambiar. Esto lo está diciendo la ciencia: en una década, los cambios pueden ser irreversibles. Estamos muy lejos y muestra de ello es que un paupérrimo impuesto al diésel ha caído en el debate de los Presupuestos. Era un pequeño guiño, y ha caído. ¿Por qué? Porque tenemos esa idea de proteger esa industria obsoleta en vez de apostar por reposicionarse para poder competir por el mercado del coche eléctrico. Se contrapone la defensa ambiental con el empleo de una manera demagógica que trae consecuencias años después, pero años después nadie se acuerda de quien dijo que esto iba a pasar.

P. ¿Cómo gestionasteis el covid? La emergencia sanitaria, lógicamente, desplazó del foco a la climática durante meses.

R. Una vez que te recuperas del shock de estar en una situación prácticamente distópica… hemos podido mantener nuestro trabajo a distancia. Pero en aquella época no pensamos que iba a ser una pandemia de tan larga duración. Sí pensamos en un primer momento que toda la agenda ambiental quedaba parada, ambiental y de cualquier tipo, ante una emergencia de este calibre, era evidente. Pero a la vez reajustamos toda nuestra planificación del año, porque esta pandemia pone en evidencia que la degradación de la naturaleza estaba en el origen del impacto que estaba causando el covid. Se evidenció, desgraciadamente, con un coste muy alto. Hizo que la economía estuviera reducida a mínimos: eso produjo un efecto espejismo. Bajaron todas las emisiones, se produjo una limpieza del aire de las ciudades, una recuperación de la vida silvestre en muchas zonas. Un espejismo, porque se reflejó cómo se puede mejorar el planeta si reformulamos el sistema pero a la vez sabíamos que iba a haber un efecto rebote.

P. Entiendo que ese no es el camino. Que murieran 27.000 personas en la primera ola española para que el planeta se recupere…

R. Esto era absurdo. Pero lo que hacíamos ver es que si reformulamos la forma de interactuar con la naturaleza se podía buscar una solución a la emergencia climática y de biodiversidad. No podía ser con ese coste, eso es evidente. Pero sí que se puede reformular el sistema.

Cuando a partir del verano se empieza a hablar de la recuperación en clave verde, primero en Europa y después en España, y vimos que iba a ver dinero para las ayudas, pues dijimos: hay una oportunidad de producir un salto en escalón en el cambio. Lo triste es que haya tenido que venir una pandemia para que Europa se plantee un plan de recuperación tan brutal. La pregunta que nos queda es: si no hubiera habido pandemia, ¿Europa habría hecho esta inversión para hacer esto? Ahí lo dejo, no lo sé. Posiblemente no. Ojalá me equivoque.

Eso sí, una cosa es la música y otra la letra. Vamos a ver qué sectores van a estar implicados. Cómo van a funcionar con esto los grandes oligopolios y si vamos a repetir los mismos esquemas del pasado pero con más dinero en clave verde. Ya sabemos que la línea entre una auténtica transición ecológica y el greenwashing es muy delgada.

Estos próximos tres o cuatro años van a ser claves: en el caso español, podría ser la primera vez que España no fuese rezagada con respecto a los cambios. España llega tarde a la primera revolución industrial y a la segunda, y en esta nueva situación espero que no llegue tarde. Pero las señales en el sector de la automoción son preocupantes. Parece que queremos quedarnos a toda costa con lo antiguo, a cambio de no se sabe muy bien qué.

Es un momento crucial. Llevo 30 años en la lucha ecologista y si me dicen hace diez años que esto iba a pasar, no me lo creo. Estamos ante una oportunidad histórica. Hay que aprovecharla y hay que tener mucha inteligencia para no menospreciarla.

«La energía nuclear es insegura y carísima. ¿Y qué pasa con los residuos que se tienen que gestionar por mil años?»

P. Greenpeace ha sido criticada por apostar solo por las renovables y rechazar otras energías consideradas de transición, como el gas natural o, sobre todo, la nuclear, que no emite CO2. ¿Hay una puerta abierta a cambiar este posicionamiento?

R. No, porque está muy estudiado. No es solo un posicionamiento ideológico, es técnico. En el año 2007 encargamos al Instituto de Investigaciones Tecnológicas De Comillas un estudio para poder demostrar que España tenía capacidad para ser 100% renovable. Y salía que el potencial era de 56 veces lo que necesitaba el país, con un escenario de crecimiento energético desproporcionado, una barbaridad. Estábamos dispuestos a asumir que si no se podía, admitirlo. Pero se podía 56 veces. Y en el 2011 hicimos otro estudio enfocado a la electrificación del sistema. Con redes inteligentes… todo eso que está ahora tan de moda y que introdujimos hace nosotros hace casi una década. Como de costumbre (sonríe).

En ese esquema no introdujimos la energía nuclear por dos motivos. Uno, porque es insegura y carísima. ¿Y qué pasa con los residuos que se tienen que gestionar por mil años? ¿Eso quién lo paga? Porque lo que no me vale es que tú te lucres y luego los residuos los paguemos todos.

También demostramos que el problema de la intermitencia de las renovables es falso. Sería válido si tuviéramos una única fuente de energía. Pero si tienes eólica, solar de distintos tipos, biomasa, mareomotriz… hay más de 12 tecnologías. Además, España tiene una red eléctrica muy moderna que ha sabido integrarlas. No hay problema tecnológico. La nuclear es obsoleta, y además, el uranio no es infinito. La energía nuclear no podría crecer al ritmo que se necesita, no tiene la flexibilidad ni la rapidez de implantación que necesitamos. Entonces, ¿para qué vamos a seguir invirtiendo en esto?

P. Greenpeace ha sido muy combativa contra Ecoembes. ¿Cree la organización que se puede reformar la gestión de residuos con su existencia… o hay que empezar de cero?

R. Me voy a ir al año 1997, no porque sea un abuelo cebolleta, sino porque aquel año fue el de la primera ley de residuos. En aquel momento el sistema que se primaba es el de Devolución de Retorno. No estaba el actualmente vigente. Curiosamente, ante de que salga la ley, se gesta el embrión de lo que es Ecoembes. Y se gesta el sistema que gira en torno al contenedor amarillo. Lo que decimos es que Ecoembes no puede ser un obstáculo a la economía circular. No estamos diciendo que no tenga un papel que jugar, pero no puede ser un monopolio. Tiene que convivir con otros sistemas. Los defensores del neoliberalismo estarán de acuerdo: cuanta mayor diversificación, mejor para la ciudadanía y para la economía. Tampoco puede ocurrir que estén mintiendo sobre los datos. Los datos oficiales desmienten las tasas de reciclaje de Ecoembes. Cuando uno ve lo que está ocurriendo en vertederos ilegales, aquí y en países como Malasia, es obvio que el sistema está fallando.