La decisión del alcalde Almeida de impugnar el cierre del centro a los coches suma las dos grandes pulsiones de las nuevas ultraderechas: negacionismo científico y aniquilación de cualquier política pública que suene progresista
El PP madrileño está de enhorabuena. Tras la aplastante victoria del ayusismo el pasado 4 de mayo, el alcalde Almeida celebra ahora su particular súper martes: el Tribunal Supremo ha ratificado la decisión de acabar con Madrid Central, el proyecto estrella de Manuela Carmena para mejorar la calidad del aire de la capital.
“Madrid Central tiene que dejar de existir porque consideramos que es un fracaso”, dijo el edil popular en junio de 2019 para justificar su decisión de suspender las restricciones al tráfico. Un “fracaso” que, según los informes de Ecologistas en Acción, en mayo de ese mismo año había alcanzado “el valor mensual más reducido [de contaminación por metro cúbico de aire] registrado por la red para cualquier mes desde que la red en su configuración actual comenzó a funcionar en enero de 2010”. Un “fracaso” que, en palabras del comisario europeo de medioambiente, evitó que España tuviese que acudir al Tribunal de Justicia Europeo “al considerar que las medidas anunciadas [Madrid Central] podrían permitir abordar adecuadamente las carencias si se aplicaban correctamente y en los plazos anunciados”. Un “fracaso” que “no se puede tocar”, en cuanto que se trata de una medida que protege la salud, según el criterio de Maria Neira, la directora del departamento de Salud Pública y Medio Ambiente de la Organización Mundial de la Salud.
Los datos avalan la eficacia de Madrid Central
Es muy probable que la tiranía de la última hora y un contexto sociopolítico, sanitario y económico histórico provoquen que la resolución del Tribunal Supremo en contra del recurso de casación de Ecologistas en Acción caiga en saco roto. Sin embargo, se trata de una decisión a la que deberíamos prestar mucha atención, pues encarna, con gran precisión, un aspecto crucial de las (ultra)derechas españolas: su afán aniquilador.
Pero antes, echemos un vistazo a los resultados de Madrid Central y a los argumentos esgrimidos en su contra.
Con el descaro característico de las estrellas que más brillan en el Partido Popular, Martínez-Almeida no dudó en utilizar como punta de lanza de su ofensiva argumental una fórmula absolutamente vacía de contenido, pero muy llamativa en su aspecto: el ya mencionado “es un fracaso”. Haber logrado subyugar la política real a la propaganda discursiva permite afirmar esto sin tener que complementarlo con una explicación de ningún tipo, así que se mantuvo –y sigue– firme en su apuesta.
Sí hubo una crítica más sólida desde la Plataforma de Afectados por Madrid Central, que comenzó hablando de un posible impacto negativo para el comercio de la zona, así como de un supuesto “efecto frontera”, concepto que pasó a formar parte del núcleo argumental de muchas protestas.
La primera de las cuestiones quedó desmentida tras una investigación de la consultora inmobiliaria CBRE, cuyos resultados expusieron que “el número de visitantes a la zona se mantiene constante”. Al menos en Gran Vía, Hortaleza y el tramo peatonal de Fuencarral, tres de las calles principales que forman parte de Madrid Central, no se observaron cambios significativos que pudiesen afectar a los negocios allí presentes. De hecho, el propio informe afirmó que los nuevos patrones de comportamiento en las zonas de influencia de las restricciones representaban, para los comercios allí establecidos, “una nueva etapa cargada de oportunidades”.
En cuanto al famoso efecto frontera, Ecologistas en Acción lo deja claro en su informe de mayo de 2019, relevante porque completa un ciclo de seis meses desde la implantación de las restricciones en diciembre de 2018: “Los datos de contaminación por dióxido de nitrógeno que ofrece la red de medición de la contaminación atmosférica de la ciudad de Madrid indican de forma nítida que dicha medida de limitación del tráfico ejerce un efecto positivo sobre la calidad del aire en la ciudad de Madrid”.
El estudio añadía:“Esta reducción es muy acusada dentro del perímetro de la zona delimitada por la actuación. Sin embargo, en las zonas circundantes se observan también reducciones muy significativas de dicha contaminación”. Ni rastro del efecto frontera; en su lugar, ha aparecido un concepto similar en la forma y tremendamente opuesto en el fondo: el “efecto contagio”.
Las (ultra)derechas aniquiladoras
¿Qué es, entonces, a lo que se referían las (ultra)derechas cuando tildaron el proyecto de Ahora Madrid de “fracaso”? Repasando los datos expuestos, parece obvio que el éxito alcanzado por Madrid Central era fácilmente visible; se trata de una medida que perseguía un descenso en la contaminación del aire que, efectivamente, fue capaz de mejorar notablemente la calidad del mismo. No obstante, detrás de ese “fracaso” había mucho más que una simple intención de desacreditar a un rival político.
Cuando Martínez-Almeida, lanza en ristre, se atrevió a criticar un plan a todas luces positivo para la salud de sus ciudadanos, estaba replicando un comportamiento que, año tras año, se ha establecido como el leitmotiv del ideario de las (ultra)derechas españolas: cualquier cosa que venga de la izquierda o tenga un ligero aroma a progresismo es un enemigo ante el que debe movilizarse toda la artillería.
Este “fracaso” de Madrid Central es lo mismo que el “sectarismo” del movimiento LGTBI del que habló Ciudadanos durante ese mismo año 2019 tras quedar fuera del Orgullo por aliarse con la extrema derecha, o que los “lobbies feministas” sobre los que balbucea el postfascismo de Vox; todos ellos intentos de destruir algunas de las principales efigies sobre las que se levantan los cimientos de la izquierda.
Aldo Pellegrini, destacado poeta y ensayista latinoamericano durante los años 50 y 60 del siglo pasado, escribió un ensayo titulado Fundamentos para una estética de la destrucción, en el que hace una defensa muy interesante de la destrucción como instrumento artístico. A pesar de que la idea de la “estética de la destrucción” tenga una apariencia atractiva e intelectual, si se extrapola a la política, los resultados pueden ser nefastos.
Política y arte no se parecen en nada. De hecho, sus objetivos son contrarios: una debe mantenerse completamente fiel a la realidad, cuanto más pegada al suelo, mejor; mientras que la otra se basa en representaciones que, en muchos casos, tratan de engañar para convertir lo desagradable en bello, para elevar lo cotidiano.
Pasarán los años, las elecciones, los gobiernos y los políticos; se sucederán éxitos y fracasos, de los de verdad y de los que se utilizan como arma arrojadiza; los partidos cambiarán sus estrategias electorales, y las estrategias electorales cambiarán el panorama político del país. Todo eso ocurrirá, pero hasta que el ansia de aniquilación no desaparezca de las raíces más profundas de algunos aspirantes al Gobierno, la democracia española estará herida de muerte.
“La destrucción depurada por el artista, llevado este de la mano por el guía acre, cáustico, irreverente del humor, nos revelará inéditos mecanismos de belleza, oponiendo así su destrucción estética a esa orgía de aniquilamiento en que está sumergido el mundo de hoy”