Con la llegada del fin de año toca hacer balance. Estos últimos 12 meses han sido intensos en lo que a información ambiental se refiere. Máximos en emisiones contaminantes, récord de tormentas, nuevas especies descubiertas y avances legislativos para luchar contra el cambio climático son algunas de las noticias que hemos contado en El Ágora, con la pandemia como telón de fondo
La resaca de la Cumbre del Clima de Madrid estaba aún reciente cuando, el pasado mes de enero, se empezó a oír hablar de unos casos sospechosos por una extraña neumonía en China. Pocos pensaron entonces que era el principio de una pandemia a la que seguimos sin ver el fin.
Aunque la protagonista indiscutible en cualquier ámbito informativo –ya sea científico, sanitario, económico, político, social o ambiental– haya sido la crisis sanitaria mundial, en estos últimos 12 meses han tenido lugar numerosos hitos ambientales que resumimos en El Ágora.
La pérdida de biodiversidad como germen pandémico
A falta de que concluyan las investigaciones sobre el origen del coronavirus SARS-CoV-2, los análisis del genoma del virus sitúan presumiblemente su origen en los murciélagos. Se desconoce aún si el virus saltó directamente de esa especie a los humanos o utilizó una especie intermedia. En cualquier caso, hay un amplio consenso en que estaríamos ante una zoonosis, es decir, una infección trasmitida de animales a humanos.
¿Cómo es posible este salto entre especies? Hay casi 850.000 virus desconocidos en la naturaleza con capacidad de infectar a seres humanos, un riesgo potencial que se incrementa con la destrucción de ecosistemas. De hecho, la pérdida de biodiversidad podría significar el comienzo de una “era de pandemias”, de acuerdo con el informe elaborado por la Plataforma sobre Biodiversidad y Servicios del Ecosistema, un organismo intergubernamental establecido para poner en valor el uso sostenible de la diversidad biológica.
Desde la pandemia de 1918, causada por un virus H1N1 con origen en aves, se han producido otros seis grandes fenómenos de este tipo y en todos ellos la causa está en microbios presentes en animales.
Sin embargo, el principal culpable de la dispersión entre la población de estas enfermedades fueron las actividades humanas.
Para prevenir nuevas pandemias, los expertos piden limitar las actividades que producen la pérdida de biodiversidad, mejorar la conservación de las áreas protegidas y establecer medidas para prevenir la explotación de regiones de elevada biodiversidad.
Las emisiones contaminantes marcan máximos
Aunque el confinamiento en muchos países durante la primera ola de la pandemia supuso un frenazo casi total a las actividades industriales, incluido el tráfico aéreo, lo cierto es que las emisiones de gases de efecto invernadero apenas lo notarán en su balance global.
Es lo que afirma la Organización Meteorológica Mundial, que hace unas semanas presentaba su boletín anual sobre estos gases e indicaba un nivel de estas sustancias en la atmósfera no visto en millones de años. El dióxido de carbono, por ejemplo, alcanzó las 410 partes por millón
No obstante, otros organismos aportan datos más alentadores, como es el caso del Programa de las Naciones para el Medio Ambiente. Según un nuevo informe, la reducción de viajes, la menor actividad industrial y la caída de generación eléctrica debido a la pandemia influirán en que las emisiones de dióxido de carbono disminuyan un 7% este año.
En España, la reducción podría llegar hasta el 15%, de acuerdo a un estudio realizado por el Basque Centre for Climate Change y el Observatorio de la Transición Energética y la Acción Climática, aunque los expertos alertan de que es un descenso temporal.
En este escenario, hace solo unos días y tras unas deliberaciones que acabaron de madrugada, los jefes de Estado que forman el Consejo Europeo daban luz verde a aumentar la reducción de emisiones de la Unión Europea. Respecto a 1990, deberán recortarse en un 55% para 2030, la misma reducción que defiende la Comisión Europea.
Los avances conseguidos en España
En nuestro país arrancábamos el 2020 tras haber organizado en tiempo récord la Cumbre del Clima de Madrid debido a la renuncia de Chile. El papel de Teresa Ribera, la ministra de Transición Ecológica, fue fundamental para que la capital acogiera la COP25 y también ayudó a que los países se pusieran de acuerdo en un maratoniano acuerdo final.
A principios de año, con la formación del nuevo Gobierno, Ribera era nombrada vicepresidenta cuarta y su cartera se ampliaba a Transición Ecológica y el Reto Demográfico. En estos momentos, se encuentra en tramitación parlamentaria la Ley de Cambio Climático y Transición Energética, la primera de este tipo en España.
Además, el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia de la Economía Española diseñado para hacer frente a la pandemia con la financiación de Bruselas destinará el 30% de sus fondos a la transición ecológica. De ellos, destaca el impulso que se le quiere dar a la variable hídrica como eje de la recuperación y a la recuperación del sector energético.
El pasado mes de septiembre el Consejo de Ministros aprobaba el Plan Nacional de Adaptación al Cambio Climático para el período 2021-2030, con 81 líneas de acción en distintos sectores que se consideran clave para que España afronte la transición ecológica.
También el Gobierno daba luz verde este año a la estrategia España Circular 2030, con el objetivo de reducir los residuos un 15% en 2030 y mejorar un 10% la eficiencia del uso del agua en 10 años. Otro avance ha sido sacar adelante el anteproyecto de Ley de Residuos y Suelos Contaminados. Entre los pactos de Estado pendientes para 2021 están el de la despoblación y el de la recuperación verde.
Cinco años del Acuerdo de París
Este año también se ha cumplido el aniversario de un acuerdo histórico: el 12 de diciembre de 2015 se firmaba el Acuerdo de París sobre cambio climático. Tras largas negociaciones entre los países, el documento lograba sustituir al Protocolo de Kioto de 1997.
El Acuerdo de París marcó el punto de partida para el abandono de los combustibles fósiles. Con él, 195 países asumieron el compromiso de conseguir que el aumento de la temperatura mundial en este siglo sea inferior a los 2 grados centígrados por encima de los niveles preindustriales y tratar incluso de que el aumento no pasara de los 1,5 grados.
¿Cómo estamos ahora? Según los últimos análisis de la ONU, si consideramos los compromisos de reducción de emisiones para 2050 expresados por los países y dando por hecho que se cumplirán, acabaríamos el siglo con un incremento de 2,1 ºC de temperatura. Es decir, por encima de la línea de peligro, lo que implica daños graves para los ecosistemas y el bienestar humano en las próximas décadas.
Por su parte, la revista Science ha incluido entre sus noticias científicas más importantes del año que los pronósticos del calentamiento global cada vez son más precisos. Si en los últimos 40 años los científicos climáticos afirmaban que si duplicábamos el dióxido de carbono atmosférico respecto a los niveles preindustriales el planeta se calentaría entre 1,5 ºC y 4,5 ºC, una nueva estimación ajusta más esa horquilla a entre 2,6 ºC y 3,9 ºC.
“Casi garantiza un calentamiento que inundará las ciudades costeras, intensificará las olas de calor extremo y desplazará a millones de personas. Si tenemos suerte, esa claridad podría impulsar la acción”, resalta Paul Voosen en Science.
De la ‘inteligencia’ de las aves a los mosquitos modificados
Otro de los hitos medioambientales para esta revista científica tiene que ver con las aves, en concreto, con sus habilidades mentales. A pesar de que su cerebro no es más grande que una nuez, dos estudios publicados este año ponen de relieve su capacidad cognitiva.
Uno de ellos mostró que una parte de su cerebro se parece al neocórtex humano, la base de nuestra inteligencia, mientras que el segundo estudio reveló que los cuervos pueden ser capaces de pensar de forma consciente.
“Tal ‘conciencia sensorial’ es una forma rudimentaria de la autoconciencia que experimentan los humanos. Su presencia tanto en aves como en mamíferos sugiere a los investigadores que alguna forma de conciencia puede remontarse a 320 millones de años, a nuestro último antepasado común”, señala Elizabeth Pennisi en Science.
Si hablamos de especies, los científicos de la Royal Kew Botanical han encontrado este año 156 nuevas plantas y hongos en el mundo. Entre las más curiosas, una orquídea hallada en Madagascar que no es muy agraciada –al contrario que sus ‘hermanas’– y una seta venenosa descubierta en el aeropuerto de Heathrow en Londres (Reino Unido).
Además, este año conocíamos también un dato alarmante: un tercio de todas las especies de insectos están en riesgo de extinción. Así lo refleja un informe elaborado por la oficina europea de la ONG Amigos de la Tierra y la Fundación Heinrich Böll. Esto afecta también a polinizadores como las mariposas y las abejas, fundamentales para la producción de alimentos y el buen funcionamiento de la agricultura.
Una de las científicas destacadas del año elegidas por la revista Nature está relacionada con los insectos, en concreto, con los mosquitos responsables del dengue. Se trata de Adi Utarini quien, junto a su equipo, ha logrado reducir los casos de dengue en un 77% en algunas zonas de una ciudad de Indonesia liberando mosquitos a los que se les había introducido una bacteria –la Wolbachia– para evitar que transmitieran el virus que causa la enfermedad.
Una expedición épica en el Ártico
Tras una durísima travesía de 389 días, la expedición internacional MOSAiC ponía fin a su periplo ártico el pasado 12 de octubre al llegar a la ciudad alemana de Bremenhaver. El rompehielos Polarstern como punta de lanza del proyecto zarpó del puerto de Tromsø (Noruega) el 20 de septiembre de 2019 y se enclavó intencionadamente en las placas de hielo del polo Norte para avanzar a la deriva lentamente durante el invierno ártico en lo que se conoce como la deriva transpolar.
El objetivo de MOSAiC –que ha contado con investigadores españoles entre los más de 600 científicos de 19 países que lo integran– ha sido estudiar el Ártico como epicentro del calentamiento global para obtener datos que permitan comprender mejor el cambio climático.
Entre los científicos más destacados de 2020 para Nature se encuentra una de las integrantes del equipo, Verena Mohaupt. Como encargada de la seguridad de la misión, Mohaupt diseñó un completo curso de capacitación para que los investigadores aprendieran a protegerse de los peligros del Ártico, incluidos los ataques de los osos polares.
El hielo ártico que fue el segundo hogar para estos científicos durante meses, no ha dejado de decrecer en los últimos años. Según un informe del NSIDC, el 15 de septiembre, el hielo marino del Ártico alcanzó su extensión mínima anual, quedándose en los 3,74 millones de kilómetros cuadrados. Una cifra equivalente a algo más de siete veces España, pero pequeña si se tiene en cuenta que en décadas pasadas el hielo en verano cubría hasta siete millones de kilómetros cuadrados.
Además, en el polo opuesto del globo terráqueo, la Antártida también ha registrado su mínimo histórico de hielo, la novena menor marca desde 1979. A esta pérdida de masa helada se suma otra mala noticia: la presencia de microplásticos en el ecosistema menos contaminado de la Tierra.
Entre colosos: huracanes más activos y la altura del Everest
Otro hito ambiental que nos deja 2020 es una temporada récord de huracanes en el Atlántico. Con un total de 30 tormentas con nombre, este ha sido el período más activo desde que se tienen registros. De las tormentas, 13 se convirtieron en huracanes, seis de ellos con vientos que superaron los 178 kilómetros por hora.
Además, se trata del quinto año consecutivo con una temporada de huracanes en el Atlántico superior a lo normal. Este aumento de la actividad se atribuye a la fase cálida de la Oscilación Multidecenal del Atlántico (AMO), que comenzó en 1995 y ha favorecido más tormentas, más fuertes y más duraderas desde entonces.
Si hablamos de colosos no podemos olvidarnos del más alto del mundo, el monte Everest. Tras décadas de disputas, China y Nepal se han puesto de acuerdo este año y han confirmado que mide 8.848,86 metros.
A bastante más altura se encuentra nuestro satélite, la Luna, de la que este año hemos sabido que escondía moléculas de agua atrapadas en los cráteres de su cara visible desde la Tierra. “Se trata de la primera prueba de la existencia de agua en partes iluminadas por el Sol, por lo que se confirma que el agua en la Luna no se limita a lugares fríos y sombreados y, por lo tanto, podría haber una mayor distribución de agua de lo que se pensaba anteriormente”, explicaban desde la NASA.