Nathaniel Rich, novelista: «Está bastante claro por qué no hemos actuado desde 1989 contra el cambio climático»

Fuente: DIARIO.ES

El novelista relata cómo en los 80 se conocía el cambio climático; se estuvo a punto de actuar, pero el esfuerzo de la industria de las energías fósiles frustró todo avance.

Hubo una época en la que la sociedad pudo haber detenido el cambio climático y, de hecho, estuvo muy cerca de lograrlo. Fue la década de los 80, cuando todavía el problema del clima no estaba politizado en EEUU y un puñado de científicos, funcionarios y activistas consiguió situarlo entre las más altas prioridades de la agenda política. No solo lo sabía la petrolera Exxon, como ya ha sido demostrado.

«El Gobierno de EE UU lo sabía desde la década de los 50», afirma en una entrevista telefónica desde Nueva Orleans Nathaniel Rich, autor de Perdiendo la tierra. Su libro, que acaba de publicar en castellano la editorial Capitan Swing, relata cómo el mundo estuvo a punto de alcanzar una solución consensuada al cambio climático hasta que la presión de la industria de los combustibles fósiles frenó de golpe todos los avances, seguido de una intensa campaña de propaganda para generar disenso político en torno al clima. La historia de esta década es, en palabras de Rich, «una tragedia» pero, al mismo tiempo, «es la historia de un tremendo progreso que hemos vivido pese a toda una serie de reveses en el camino».

¿Qué salió mal cuando se estaba a tiempo de atajar la crisis climática y se sabía?

Hay un pequeño grupo de personas –activistas, científicos, políticos y burócratas de bajo nivel– que logró llevar una preocupación científica, que solo se había articulado en publicaciones científicas de poco recorrido y en informes gubernamentales, al borde de lo que parecía ser una solución: un tratado global vinculante para reducir las emisiones de carbono.

Pero eso fracasa cuando EEUU se retira del marco del tratado en la ciudad holandesa de Noordwijk. Era la primera reunión diplomática de alto nivel para negociar un tratado del IPCC, en 1989. Ahí estuvimos muy cerca de un consenso global para reaccionar y EE UU se retiró en el último segundo.

¿Por qué fracasa?

La razón por la que esto sucede en ese momento se debe en gran medida a John Sununu, el jefe de gabinete de George H.W. Bush que era, después del presidente, la persona más poderosa de la Administración Bush. Sununu es, esencialmente, el primer negacionista climático a nivel mundial. En el libro preciso cómo llegó a ese punto de vista y cómo pudo forzar a EEUU a retirarse de cualquier tipo de proclamación vinculante. Esa es la respuesta política.

Pero a partir de ahí se plantean también preguntas mucho mayores, como por qué los otros esfuerzos no fueron suficientes para un impulso global hacia un tratado importante. Y esa es una pregunta más difícil de responder porque nos obliga a cuestionar la capacidad de los seres humanos para tomarse en serio las amenazas existenciales que no son a corto plazo y para actuar con prudencia cuando nos enfrentamos a esos riesgos.

¿Cuál es la razón, a su juicio, de que no se haya hecho gran cosa desde entonces?

Creo que está bastante claro por qué no hemos actuado desde 1989 y puede resumirse en los esfuerzos de la industria del petróleo y del gas para frustrar la política climática de cualquier tipo y, en el proceso, politizar el clima.

Si la cuestión es por qué no resolvimos el problema cuando tuvimos la oportunidad, cuando no estaba politizado, la respuesta de Sununu es la precisa, pero no capta realmente la naturaleza completa del asunto.

No parece que mucha gente esté al tanto de que esto sucedió en la década de los 80. ¿Cree que la opinión pública se ha olvidado de este fracaso del pasado?

Tenemos una especie de amnesia histórica, especialmente en EEUU. Porque no se trata de una época lejana. Sucedió a lo largo de mi propia vida y aún no tengo 40 años. Pero la gente se ha olvidado de ello.

Pienso que la realidad de la época y la idea de que el clima no era un tema politizado es difícil de asimilar para mucha gente. Porque es un tema tan politizado, al menos en EEUU, que es difícil imaginar que alguna vez hubo una fracción del partido republicano que no solo no era negacionista, sino que hizo esfuerzos de buena fe y ayudó a propulsar avances legislativos para tomar medidas drásticas contra el cambio climático.

Es llamativo que algunos de los líderes del actual movimiento climático no conozcan esta parte de la historia. Alexandria Ocasio-Cortez, por ejemplo, que es una de las personas más elocuentes y poderosas entre quienes están liderando el debate del clima, dice en sus discursos que «el Gobierno ha sabido de esto desde 1989». Y no entiende que la historia se remonta a mucho más atrás, que en realidad el Gobierno de EEUU lo sabe desde los años 50. Incluso alguien como ella ha caído en este argumento de los negacionistas, que es que el asunto del clima es nuevo. Esto nos indica el grado de ignorancia pública que todavía hay respecto a este tema, y la magnitud de la campaña de propaganda de la industria.

¿Cómo dio con esta historia?

Comenzó con mi propia frustración como lector. Leyendo sobre el tema, sentí que los artículos sobre cambio climático hacían lo mismo una y otra vez. Explicaban la ciencia, la política, el papel de la industria del petróleo y el gas… Y, por último, básicamente llamaban a la acción. Tuve la impresión de que la literatura sobre el clima se había vuelto muy estática y predecible. De que no se habían abordado algunas de estas preguntas más amplias sobre este conocimiento que ya tenemos, sobre cómo está cambiando la forma en que vivimos nuestras vidas y nuestro futuro, y sobre cómo está alterando nuestro sistema económico y político.

Mi opinión general del problema es que no hemos avanzado mucho desde 1989, cuando se trazaron las líneas de la batalla. Yo tampoco conocía la historia anterior a ese punto. Me llevó un año y medio de investigación. Entrevisté a más de 100 personas y fui a los archivos de todo el país. Tomó tiempo reunir todas las piezas.

En un momento del libro menciona el agujero de la capa de ozono y cómo el miedo que se generó en torno a esta amenaza ayudó a impulsar las medidas para solucionarlo. ¿Cree que el miedo podría ser un buen elemento ahora para acelerar la acción climática?

Se da este debate en la comunidad de activistas, pero es un debate de marketing, de publicidad, que se centra en cómo vender este problema al público. «¿Debemos hacer que tengan miedo o debemos darles razones para tener esperanza y contar historias sobre el progreso?» Sin embargo, toda esa conversación a mí me resulta muy inmadura: la idea de que la gente solo responderá ante un determinado discurso de venta.

No me corresponde a mí decir a los activistas lo que deben hacer. Yo no soy un activista y, si encuentran que provocar miedo en la gente funciona mejor (o todo lo contrario), está bien. Pero creo que esta es una historia de adultos y yo quería contarla como tal.