Cuando los pueblos originarios hablan, debemos callar y escuchar con el respeto que merecen. Ellos son quienes están sosteniendo la vida en el planeta, quienes más han aportado a su preservación, quienes han tenido que enfrentar el genocidio colonial, quienes resisten al neocolonialismo extractivista actual.
La COP25 pasó por Madrid y dejó una estela de fracaso y de dióxido de carbono. Repentinamente la capital consumista y contaminada del Reino de España tuvo que vestirse de verde, poner el sello ECO a cuanto producto y proyecto pudo, aparentando que alguna vez le interesó eso que llaman “Naturaleza”. También el alcalde, que hace unos meses preferiría ver el Amazonas en llamas antes de dejar de tomarse una selfie en la Catedral de Notredame, se mostró como un abanderado de la lucha contra el calentamiento global.
Al otro lado del planeta, Chile mantenía su resistencia en las calles. Cientos de miles de personas llevaban casi dos meses levantadas contra el gobierno de Piñera y el sistema de explotación global neoliberal. La COP25, que se iba a realizar en Santiago de Chile, después de que en 2018 el gobierno de Brasil decidiera no acogerla, por segunda vez tuvo que buscar otro escenario. Así, el trabajo que venían adelantando los movimientos sociales, indígenas y activistas para realizar una cumbre alternativa a la COP25, se encontró en la disyuntiva entre permanecer allí o reinventarse con rumbo a Madrid. En este contexto y en un corto tiempo de 4 semanas, ONGs, movimientos sociales y sindicales liderados por activistas ecologistas blancos decidieron organizar la Cumbre Social por el Clima, que se inauguró con una multitudinaria manifestación, para la que se lanzó previamente un llamamiento en el que se planteaba acoger en Madrid el proceso que se estaba realizando en Chile.
Así, decenas de voceros y representantes de pueblos originarios, mayoritariamente de Abya Yala, tuvieron que viajar a Madrid, al centro político y económico desde donde hace siglos comenzó la colonización y el exterminio de sus pueblos y donde hoy, muchas empresas que siguen generando muerte y destrucción en sus territorios, tienen su sede. Sin duda, un momento histórico al que acudieron asumiendo las dificultades logísticas y limitaciones para su acogida y su participación.
Con todo, encabezaron la Manifestación por el Clima el viernes 6 de diciembre, de Atocha a Nuevos Ministerios, pasando por Colón al grito de: “¡La tierra robada será recuperada!”. En el acto final, en un escenario frente a miles de personas, la primera en intervenir fue Sonia Guajajara, mujer indígena del Brasil, quien denunció la terrible violencia del gobierno de Bolsonaro contra los pueblos indígenas.
A continuación, Javier Bardem —sí, el mismo que estará representando a Hernán Cortés en la nueva serie de Amazon— representó también su papel de ecologista con un guion que nos dejó perplejas: “Estamos en uno de los momentos más críticos de nuestra historia, y parece ser que, por primera vez, estamos consiguiendo hablar con una única voz”. Uff … vaya, qué extraño, un hombre euroblanco queriendo hablar por todas y todos nosotros … Para luego decir: “Pertenecemos a una comunidad global interdependiente, como nos enseñó Greta …” ¿Hola? ¿Interdependiente? ¿O sea Javier que no te has enterado que la sociedad blanca europea a la que perteneces vive de la explotación de nuestras comunidades y territorios desde hace más de cinco siglos? Ay Javier, ¿pero … en que planeta vives? Ah, verdad, en Europa.
¿Cómo es posible que bajen del escenario a los pueblos originarios? ¿Acaso es más importante cumplir un horario que escuchar sus mensajes?
Para hacerlo breve, por fortuna, minutos más tarde, un grupo de integrantes de pueblos originarios se tomaron el escenario y el micrófono. De acuerdo al programa, disponían apenas de unos minutos para intervenir. Entonces, cuando una mujer indígena leía un manifiesto denunciando el golpe de Estado en Bolivia, quienes organizaban el acto les indicaron que debían terminar y a continuación las cortaron el sonido. Ante esto el grupo respondió entonando un canto colectivo y danzando juntxs. Lo que se vivió luego, tal vez pueda inspirar una continuación de la película Y también la lluvia. Mientras cantaban, una voz en indicaba apagar las luces del escenario y pedía apoyo a seguridad para que les sacaran.
En la siguiente escena, activistas ecologistas y otras personas de la organización estaban en la tarea de callar y bajar a los representantes de los pueblos originarios. Algunas personas indígenas, migrantes y racializadas que nos encontrábamos abajo, no podíamos creer lo que estábamos viendo. ¿Cómo es posible que bajen del escenario a los pueblos originarios? ¿Acaso es más importante cumplir un horario que escuchar sus mensajes? Pero claro, es que iba a tocar Amaral… ¡el espectáculo ecologista debía continuar!
El acto violento de estxs ecologistas y de las personas y organizaciones blancas que les apoyaron, que creen tener el derecho de callar a los pueblos originarios porque «no es el momento», evidencia que no han comprendido su lugar en esta lucha. ¡No más ecologismo sin antirracismo y anticolonialismo! Es necesario entender la relación entre el calentamiento global, la colonización europea y la explotación de las comunidades racializadas.
El cambio climático no es el problema, es tan solo una de las consecuencias de un sistema colonial, racista, patriarcal, capitalista, antropocéntrico, que desde Europa se ha impuesto a una gran parte del mundo a través de un violento proceso de colonización desde hace más de cinco siglos. Lo que estamos viviendo hoy es el resultado de una Modernidad que está basada en la muerte, en la esclavización de nuestras comunidades y en el sometimiento de los demás seres vivos. Una modernidad que se ha construido no solo en la separación de los seres humanos bajo la idea de “raza” sino también en la separación entre “el hombre” y “la naturaleza”. Pero esto, a la mayoría de la gente europea le cuesta comprenderlo, ya que desconocen su propia historia, se han creído la única versión que se han contado a sí mismas una y otra vez durante siglos, donde las personas europeas son las civilizadas, las que llevaron “el desarrollo” más allá de sus fronteras. Es hora de que entendamos que este sistema cultural —no sólo político o económico como se reconoce a veces— es el que hoy nos está matando. No es necesaria más evidencia para darnos cuenta de que éste es incompatible con la vida.
Esta estructura de desigualdad social global que sigue sosteniendo a Europa y a los países del Norte es posible gracias a la alianza entre sus empresarixs y gobernantes con la élite política y económica, heredera de la colonización, que gobierna nuestros países, así como también gracias a la complicidad de la población de las sociedades mal llamadas “desarrolladas”, que en su gran mayoría no cuestionan sus privilegios, ni saben de dónde proviene el bienestar material en el que viven día a día. Basta ver la cantidad de empresas que son la base de la economía española, que actualmente están en Abya Yala destruyendo, explotando, esclavizando, extrayendo. Empresas como ENDESA, Inditex, Acciona, Dragados, Banco Santander, BBVA, y muchas otras, vinculadas con violaciones de Derechos Humanos, como es el caso de Repsol y Unión Fenosa que han sido denunciadas por financiar grupos paramilitares en Colombia, quienes asesinan lideres sociales y desplazan comunidades de sus territorios para que luego las empresas puedan hacer allí sus mega proyectos. De este modo continúa la invasión que comenzó hace más de cinco siglos.
Por esto es tan urgente escuchar y unirnos a la lucha de los pueblos originarios que llevan siglos resistiendo a esta máquina destructiva llamada “civilización”. Cuando los pueblos originarios hablan, debemos callar y escuchar con el respeto que merecen. Ellos son quienes están sosteniendo la vida en el planeta, quienes más han aportado a su preservación, quienes han tenido que enfrentar el genocidio colonial, quienes resisten al neocolonialismo extractivista actual, y quienes han logrado mantener conocimientos ancestrales para vivir en armonía con la Madre Tierra.
Es necesario que pasemos de la negación y la culpa a la acción, y de la idea de “solidaridad” a la de “responsabilidad” siendo conscientes de los privilegios que cada una tiene.
Necesitamos desprendernos de los prejuicios racistas y de la arrogancia que nos hacen suponer que sabemos mejor que ellos qué es lo que hay que hacer. Es necesario que pasemos de la negación y la culpa a la acción, y de la idea de “solidaridad” a la de “responsabilidad” siendo conscientes de los privilegios que cada unx tiene. Una buena forma de hacerlo es apoyando los procesos de autodeterminación de los pueblos originarios para que no sigan subordinados a las leyes estatales y puedan decidir sobre sus territorios.
Desde el Movimiento de Mujeres Indígenas por el Buen Vivir proponen el concepto “Terricidio” como el aniquilamiento de la vida en los territorios, la vida de sus pueblos y de la ancestralidad que encarnan, y que debe ser considerado y tratado como crimen de lesa humanidad. Las hermanas mapuches nos señalan que es necesario que la denuncia a cada una de las empresas extractivistas españolas y europeas se sitúe en el centro de los llamamientos, manifiestos y actos de denuncia social y política del ecologismo en el Norte global. Desde movimientos antirracistas en Brasil nos recuerdan que no sólo matan las balas, matan las políticas ambientales y la mala alimentación.
Los colectivos migrantes y antirracistas en España denunciamos que las políticas de fronteras y migratorias de la UE son terricidas. Cualquier propuesta política y social que no tiene una mirada decolonial y antirracista, tiene una alta probabilidad de ser terricida. Esto incluye las llamadas políticas ambientales y también las alternativas que se construyen desde los movimientos ecologistas blancos si no consideran sus propios impactos en los pueblos originarios y si no se preocupan por incluir de manera real y justa a las personas racializadas. El extractivismo terricida es también “verde”, cultural, simbólico.
Consumir aguacate “ecológico” producido a miles de kilómetros es extractivismo terricida. Consumir anacardos producidos en condiciones de explotación es extractivismo terricida. Consumir “quinoa” despojando a ese cereal de su nombre original, que es quinua, y generando que las mismas comunidades que la han mantenido viva cultivándola hasta ahora ya no puedan acceder a ella porque cuando se demanda desde países del norte sube estrepitosamente su precio, es extractivismo terricida. Consumir productos medicinales extraídos del saber ancestral de culturas que no fueron consultadas ni se benefician de ello, es extractivismo terricida.
Es necesario proteger legalmente a la Madre Tierra y presionar para que sea declarada sujeto de derechos, para así poder contrarrestar, al menos en los tribunales, la violencia que se ejerce contra ella
La Madre Tierra está viva y somos parte de ella, si la objetivizamos la despojamos de su carácter vivo, si sentimos que estamos separadxs, negamos la posibilidad de profundizar en nuestro estar y nuestra espiritualidad en torno a ella. No necesita ser salvada, dejemos el alarmismo y el paternalismo. Es necesario que paremos, que dejemos de dañar y de explotar. También es necesario proteger legalmente a la Madre Tierra y presionar para que sea declarada sujeto de derechos, para así poder contrarrestar, al menos en los tribunales, la violencia que se ejerce contra ella, y que a la vez, somos todxs noostrxs.
El cambio que se está viviendo en países como Chile, Haití, Ecuador, Colombia y otros, es político, pero también cultural y espiritual. Es la rebelión de los pueblos históricamente violentados que se están levantando para decir: ¡No más! Porque no vamos a seguir sosteniendo este sistema de explotación racista, terricida. No vamos a seguir sosteniendo el estilo de vida de una sociedad eurocéntrica insaciable, basado en el consumismo, el derroche y la ignominia. Tampoco vamos a aceptar posiciones fundamentalistas basadas en soluciones unidimensionales como eliminar el consumo de carne o la creación de nuevas culturas que no incorporen el hilo de responsabilidad con el pasado y la actual hegemonía eurocéntrica.
La Justicia Climática es en todo caso justicia antirracista y reparación colonial. La agroecología, que sea para todxs. Y si en realidad existe la intención de que trabajemos juntxs por este cambio a nivel planetario, el ecologismo blanco tendrá que replantearse y situarse, porque si alguien tiene que callar no serán nunca jamás los pueblos originarios. Igualmente si tienen la intención de colaborar con colectivos de personas migrantes y racializadas que estamos en el Estado español.
La mayor parte de nosotrxs estamos aquí como resultado de procesos coloniales que nos han hecho salir de nuestros territorios de origen. Muchas seguimos con atención, amor y dolor lo que sucede en ellos y la resistencia de nuestras comunidades. Hacemos lo posible por mantener nuestro sentir, saberes y experiencias cerca de ellas y cultivarlos aquí. Resistimos a las políticas de este Estado colonial y racista que con una mano asesina a nuestros hermanos y con la otra nos ofrece la integración a cambio de someternos. No somos una realidad prescindible. Estamos cada vez más organizadas y no vamos a seguir tolerando prácticas coloniales, ni racistas que sigan perpetuando la violencia contra nuestras comunidades.