
Las luchas por la soberanía energética deben entenderse como una propuesta para transformar el modelo de organización capitalista
Sucede con mucha frecuencia que ignoramos lo que tenemos y despreciamos nuestra historia, nuestros saberes, prácticas y tecnologías. Solo con salir por un momento del ritmo acelerado de la productividad y la distracción constante y mirar sin prejuicios a mundos supuestamente ya caducados, observamos que hay muchas maneras de aprovechar la energía que la Naturaleza guarda en su interior.
Una de ellas es la propia fuerza humana, una energía con muchas aplicaciones fundamentales para la vida, como arar la tierra de una huerta de la cual cosechar alimentos que cocinar en un fuego, encendido con madera troceada por un hacha, también, manejada con nuestros músculos. Y es que otra fuente de energía vital que parece que tenemos olvidada es la agricultura campesina, el arte de gestionar la fotosíntesis para disponer de forma renovable y ecológica de la energía del Sol en nuestros cuerpos en forma de alimentos, de calorías. Los alimentos, de hecho, son prodigiosas “unidades energéticas” que se pueden distribuir, conservar y asimilar.
Larga es la lista si pensamos en otros usos de la biomasa, como la leña para cocinas eficientes, estufas o sistemas de calefacción. Mediante tecnologías apropiadas, como la biodigestión, también es sencillo transformar residuos vegetales o deyecciones animales en dos fracciones energéticas: gas combustible y fertilizantes líquidos de alta calidad. En su justa medida, la biomasa también puede ser productora de biocombustibles con aplicaciones para el transporte o la mecanización de algunas tareas.
Todas ellas, tienen en común que además de ecológicas y renovables, son tecnologías comprensibles y que podemos controlar, reparar y adaptar con unos conocimientos básicos.
Más allá de energías buenas o malas
Decíamos que existe una energía básica para la vida, nuestra propia energía. Pero, ¿qué ocurre cuando pasamos a llamarla “mano de obra” o incluso, vía esclavitud, convertirla en medio de enriquecimiento de unos pocos? ¿Qué ocurre cuando se invisibiliza la energía invertida por las mujeres al servicio de la reproducción de la vida? Por eso, pregunto: ¿nos parecería bien una empresa armamentística que funcione con placas solares?, ¿nos parece mal utilizar petróleo en un tractor colectivo que usa una comunidad campesina que produce alimentos para la población local? Es decir, clasificar las energías en renovables o no renovables como sinónimo de buenas o malas es una clasificación insuficiente. Es necesario profundizar en este debate y poner atención a las particularidades de cada contexto y de cada necesidad. Este ha sido el planteamiento el número 41 de la revista Soberanía Alimentaria.
Y, fundamentalmente, cuestionarnos si, como ocurre actualmente, la energía está al servicio de ciertos privilegios. Asertivamente lo resumen desde Abya Yala el colectivo Tejidos de mujeres en re-existencia cuando dicen que hablamos de “una energía que ha mantenido encendidos los motores de la industria, ha puesto a nuestros cuerpos y al agua a fluir en función del poder. Es una energía que no pone la vida en el centro. A medida que pasa, acrecienta las condiciones de desigualdad y vulnerabilidad; es una energía vertical y violenta, que produce y profundiza el hambre y el frío”.
Energías que transforman
Quizás entonces, como sugerimos en el editorial de Soberanía Alimentaria, el debate de la necesaria transición energética no es tan técnico y es sobre todo político. ¿Qué energía para qué vida?