La transformación de sectores y la modificación radical de la economía global será imprescindible para poder realizar un cambio de paradigma que evite el colapso del medio ambiente, según diversos expertos y expertas.
Las grandes citas mundiales en las que los países hablan de cuestiones que afectan al día a día de las personas, como la COP25 que se celebra estos días en Madrid, provocan gran expectación internacional. Millones de personas esperan que de estos encuentros se produzcan soluciones para paralizar el desastre climático del que cada día tenemos más conciencia. Pero los expertos y expertas en la materia lanzan la advertencia de que es imposible que se dé un gran cambio ecosocial sin cambiar radicalmente el paradigma económico mundial.
Jaime Nieto, economista e investigador de las Universidades de Valladolid y Leeds, ha analizado cómo cambiaría la economía la transición ecológica hacia energías renovables mediante el módulo económico del proyecto MEDEAS. Junto a otros investigadores como Óscar Carpintero, Ignacio de Blas o Luis J. Miguel, han examinado tres de los posibles escenarios: escenario business as usual —en el que no cambiaría prácticamente nada, seguiríamos creciendo económicamente a ritmo actual—, escenario Green growth —crecimiento— y el escenario post growth —post crecimiento—. Su investigación simulaba estos tres escenarios con y sin límites medioambientales. “Evidentemente el más suicida es el business as usual sin límites medioambientales, es decir, seguir creciendo sin reparar en recursos y como modelo económico a seguir. Con ese escenario las emisiones de CO2 aumentarían a un ritmo vertiginoso y a corto plazo sería muy perjudicial para la vida humana”, cuenta Nieto.
Una de las conclusiones a las que llegaron es que, por muy paradójico que parezca, si se cumpliese realmente el acuerdo de París de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático que a partir de 2020 tendrá que sustituir al protocolo de Kioto, las emisiones de CO2 aumentarían a un ritmo muy elevado. “El de París no merece llamarse acuerdo, porque cada país hace las reducciones que quiere y no va a haber ningún organismo de control que imponga sanciones si eso no se produce. Además, lo que cada país plantea está muy por encima de lo que Naciones Unidas establece como imprescindible para que el cambio climático no se desboque”, afirma Luis González Reyes, miembro de Ecologistas en Acción.
Los estímulos económicos para incrementar el PIB de países desarrollados se nutren, por ejemplo, de la deslocalización. Se da en sectores clave, como el de la alimentación. Nazaret Castro, fundadora de Carro de combate, analiza en el libro Los monocultivos que conquistaron el mundo (Akal, 2019) los impactos socioambientales de la caña de azúcar, la soja y la palma aceitera. “Para salir del pozo lo primero que hay que hacer es no seguir cavando, es decir, no extender este modelo a territorios a los que todavía no ha llegado”, comenta Castro a El Salto. “Cuando tú lees que los campesinos que tienen el 25% de la tierra están produciendo el 75% de los alimentos mundiales, lo que nos muestra es que hay formas muchísimo más eficientes de producir alimentos que la producción típica del capitalismo”.
Sin embargo, las soluciones no llegarán de la mano de pequeñas decisiones de consumo individual, sino que el cambio tendrá que darse globalmente. “En mi opinión, el decrecimiento va a suceder lo queramos o no. Ahora estamos viendo un choque con los límites de disponibilidad energética y material, que van a suponer un decrecimiento inevitable del Producto Interior Bruto (PIB)”, afirma González Reyes. Su planteamiento ya está empezando a llegar. Numerosas crisis económicas en las que los países más fuertes son los mayores productores de energía fósil o vehículos, como en el caso alemán, son un claro síntoma de ello. “Hay una correlación lineal si observamos datos mundiales de energía y PIB —dice—, porque solo crece el PIB si crece el consumo de energía o aumenta el consumo de distintos materiales”.
Una reducción de las horas de trabajo asalariado (y aumento de las de trabajo reproductivo) será imprescindible para hacer frente a una crisis climática en la que tendrá que haber cambios drásticos, según los expertos
González Reyes ha trabajado en un proyecto de modelado que analiza cómo se vería afectado el mundo del trabajo con un cambio de paradigma económico y acoplando los límites medioambientales. “Una de esas políticas es la que tiene que ver con decrecimiento. Conseguíamos llegar a los límites de descarbonización que Naciones Unidas considera necesarios aplicando criterios de justicia climática con una reducción de la actividad y del trabajo humano en sectores secundarios y terciarios que no son imprescindibles para la vida, como el turismo, la construcción y el transporte, pero también habría una reducción neta en la industria”.
Por ello llegaron a la conclusión de que es imprescindible la disminución de las horas de trabajo asalariado para poder hacer frente al desafío climático y también modificar otros estándares como una reducción muy drástica del uso del vehículo privado o climatizar espacios de forma selectiva, que supondrán vidas mucho más austeras. Al mismo tiempo aumentaban las horas de trabajo reproductivo (tareas de cuidado y tiempo dedicado al hogar en general).
“En el caso español implica un desplome del trabajo en el turismo y también en el transporte. Pero no solo los sectores se reducen, hay algunos que pueden aumentar en un escenario de decrecimiento global. Son la educación y la sanidad, por ejemplo, y otras que satisfacen necesidades básicas, como muebles, industria de la alimentación y embotado”.
Que aumenten su peso económico no significa que las sigamos concibiendo como hasta ahora. “En Argentina, que es un país con una capacidad altísima para producir alimentos, la soja domina todo. Este monocultivo se dedica principalmente a agrocombustibles y a piensos para animales para la industria cárnica, una de las más contaminantes y cuyas prácticas se asocian a enfermedades y torturas”, señala Nazaret Castro. “Hay que colocar en el centro el sostenimiento de la vida y cualquier solución que no vaya por ahí, será una falsa solución. Hay que acercar el consumo, reorientar la economía”.
Jaime Nieto también analizó la reducción de la semana laboral en el escenario Green growth con límites medioambientales y el post growth. “Nos dimos cuenta de que menos horas de trabajo asalariado supondrían que la gente se tomase más tiempo para sus decisiones diarias, como la elección de los alimentos que van a consumir, que con más tiempo supondría una reducción importante de ultraprocesados que normalmente vienen envueltos en diversos plásticos”.
La urgencia climática y la superación de lo que los ecologistas llaman pico del petróleo —momento en el que se alcanza la mayor tasa de extracción de petróleo global para después entrar en declive rápidamente, ya que comienza a costar más extraerlo que lo que se obtiene y empieza a ser mucho más difícil encontrar nuevos yacimientos— son señales inequívocas de que el cambio de paradigma no puede ser poco a poco porque no hay tiempo para ello. “No estamos en 1970, cuando se podría pensar en una reconversión gradual de diversos sectores con planes de transición. En 2019 hemos dejado pasar todo el tiempo que teníamos para hacer esos planes de transición escalonados. Ahora no tenemos tiempo. Las Naciones Unidas plantean reducciones del 8% anual en las emisiones, eso es un ritmo elevadísimo”, dice González Reyes.
Pone como ejemplo el colapso del bloque soviético y la época de la desindustrialización, en la que se hicieron reducciones muy fuertes de emisiones que alcanzaban el 4% anual como máximo. Una reducción del doble, durante décadas, que se produzca de forma mundial y sin ningún tipo de ajuste social muy fuerte es para él “ilusorio”. Es lo que precede, según González Reyes, al colapso. Es decir, un antiguo orden que cae y uno que surge. “No quiere decir que vaya a ser de la noche a la mañana. Durará décadas”.