Venecia ha probado con éxito su sistema de diques contra las inundaciones, una herramienta que más allá del alivio que produce en la población, lleva a reflexionar sobre el riesgo de apostar todo a la tecnología y obviar actuar sobre la raíz del problema climático.
Un gigantesco sistema de diques para evitar que la subida del mar engulla Venecia. Esta infraestructura de acero, denominada Módulo Sperimentale Elettromeccanico (MOSE), ha sido probada con éxito en la laguna que rodea la ciudad italiana para tratar de mitigar los efectos de unas inundaciones que, a causa de la crisis climática, se han vuelto más habituales y dañinas que nunca. El muro, que emergerá del fondo marino en tiempos de acqua alta, podría ser una herramienta útil contra las severas consecuencias que desencadenará el calentamiento del planeta. No en vano, estas estructuras de metal amarillo corren el riesgo de entenderse, más que como herramienta, como salvación mesiánica contra la emergencia climática para aquellos pueblos costeros amenazados por la subida del nivel del mar.
Esta idea simple es la denominada tecnolatría, es decir, «la creencia irracional en que la tecnología es la fuente de solución de todos los problemas, incluidos los problemas que no son técnicos», tal y como advierten Héctor Tejero y Emilio Santiago, autores de Qué hacer en caso de incendio. Manifiesto por el Green New Deal (Capitán Swing). No se trata de rechazar las ayudas de la ingeniería y los avances científicos, sino entender que son herramientas paliativas que pueden hacer que la humanidad gane algo de tiempo a la hora de hallar el modo en el que actuar sobre la raíz del problema climático.
«Hay una gran tendencia al tecno-optimismo en ciertos ámbitos, desde los medios de comunicación, hasta la política. De alguna forma, es algo que está muy presente en nuestra sociedad, porque nos gusta pensar que se inventará o se construirá algo que nos dé soluciones totales», explica Samuel Martín-Sosa, coautor del libro Manual de lucha contra el cambio climático y miembro de Ecologistas en Acción, que señala la importancia que tiene entender que ninguna de las innovaciones que se plantean en el presente actúan sobre la raíz del problema, un modelo de producción que no tiene en cuenta «los límites materiales del planeta».
María Jesús Bravo, ingeniera civil y vicepresidenta primera del Colegio de Ingenieros Técnicos de Obras Públicas, enfatiza en el poder que tienen las nuevas infraestructuras y la tecnología en mitigar los impactos ambientales, pero hace hincapié en la idea de entenderlas como herramientas y no como soluciones. «La ingeniería no puede cambiar la mentalidad de una sociedad o de una persona que, por ejemplo, no quiera tener un consumo responsable del abastecimiento de agua o que no quiera reciclar sus residuos», comenta. Lo que sí hace este sector es «facilitar que la sociedad pueda disfrutar de determinados avances como el uso controlado del agua o el reciclaje».
El problema no es la tecnología, sino la idolatría de la misma. Esa suerte de culto al I+D+i es lo que ha definido a Elon Musk, CEO de Tesla, como salvador de la humanidad a golpe de baterías eléctricas, automóviles de lujo eléctricos y el deseo de colonizar el espacio. Representa, según Martín-Sosa, «la arrogancia de la humanidad de pensar que podremos controlar el clima». Y es que el ejemplo de Tesla, el vehículo del siglo XXI, es el más paradigmático: «No hay recursos para sustituir todos los combustibles fósiles por las nuevas energías, sin embargo, es un debate que no existe en la sociedad, que parece tener asumido que en el futuro sólo habrá este tipo de coches eléctricos».
Las soluciones al impacto de los temporales en el levante pueden ser otro ejemplo de cómo la sociedad puede ver en la ingeniería una falsa solución de un problema de dimensiones globales. Bravo señala cómo los efectos de las inundaciones del litoral español –cada vez más frecuentes por la crisis climática– pueden reducirse con obras y canalizaciones, sin embargo, pone el foco en la raíz del problema: «Ese problema concreto tiene que ver con que hay muchas construcciones donde no deben. El mar y los ríos tienen su espacio y el ser humano ha intentado expandirse al máximo».
La industria agrícola, responsable del 24% de las emisiones globales, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), también ha visto en la tecnología una forma de reinventarse y tratar de avanzar hacia la sostenibilidad sin cambiar el modelo de producción intensivo. Un ejemplo de ello son las floating farms (granjas flotantes), desarrolladas en el puerto de Roterdam, Holanda. Este invento ganadero, pionero por el reaprovechamiento de residuos y el uso de energías limpias, ha sido criticado por los colectivos ecologistas y animalistas, ya que, más allá de las innovadoras instalaciones, no cumple con las demandas del IPCC de modificar los usos del suelo y disminuir la producción cárnicos.
Más que como solución, Martín-Sosa ensalza el papel de la tecnología «como herramienta» y destaca la necesidad de canalizar toda la innovación que se genere hacia una perspectiva de vida diferente y «con otro tipo de gobernanza mucho más democrática». En resumen, se trata de aceptar el paradigma de la movilidad eléctrica y hacerlo común, para que el coche sostenible no descanse en un garaje privado y sea compartido; o de abrazar la energía solar como alternativa, pero desde una perspectiva alejada del negocio de las multinacionales y al servicio de los modelos cooperativos.
La ayuda de la tecnología, de los proyectos de ingeniería y obras públicas es fundamental. Sobre todo desde una escala más local y europea, sin embargo, Martín-Sosa pone el foco en cómo la innovación agrandará la brecha entre aquellos estados que, como Italia, pueden invertir en un gran dique que combata la subida del nivel del mar, y aquellos situados en el cono sur que, dentro de unas décadas, podrían ser engullidos por el océano. «No basta con pensar sólo en la tecnología, necesitamos un cambio de la organización social», concluye.